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En la industria cinematográfica española, un futuro posible parece cada vez más lejano. La crítica, una disciplina que una vez fue esencial para entender y analizar las obras de arte, se ha convertido en algo que se considera accesible a cualquier persona con una opinión.
La gran mayoría de los lectores y críticos no pueden distinguir entre una crítica y una opinión. La diferencia se reduce a detalles como el tamaño del texto, la autoridad del medio que publica la crítica o incluso la edad del autor. En realidad, escribir una crítica cinematográfica requiere una vocación diferente. Debe ser capaz de hacer que el lector salga de ella más sabio, más culto y con herramientas para afilar su propia sensibilidad.
Hay pocos ejemplos de críticas formativas como la del conocido crítico Jordi Costa sobre "Twin Peaks: Fuego camina conmigo" en 1994. Aunque esta película fue cancelada antes de estrenarse en España, su impacto ha sido duradero.
El anuario "Orphanik" publicado por la Escuela de escritores recoge textos de los alumnos del Curso de crítica y es un vistazo a un futuro posible en el que la crítica resista frente a la precariedad laboral y la normalización de la pereza intelectual.
Sin embargo, este año "Orphanik" incluye un monográfico dedicado a "Twin Peaks" lleno de apuntes concretos y valiosos. Pero hay algo que me empujó a reflexionar sobre el culto a David Lynch. Aunque es un director innovador y visionario, su legado se ha visto afectado por la industria cinematográfica.
Lynch fue un autor que demandaba curiosidad, osadía y sensibilidad, algo que hoy exigen los cineastas como Pablo Hernando y Julián Génisson. Prestarles atención a tiempo es más respetuoso con su legado que ver sus películas en formato 4K compartiendo estantería con el funko del Agente Cooper.
Es hora de recordar al director que luchó por su visión frente a la industria y que su legado se ha visto afectado por la normalización. Es hora de darle importancia a sus proyectos frustrados y de reconocer su poder como creador.
La gran mayoría de los lectores y críticos no pueden distinguir entre una crítica y una opinión. La diferencia se reduce a detalles como el tamaño del texto, la autoridad del medio que publica la crítica o incluso la edad del autor. En realidad, escribir una crítica cinematográfica requiere una vocación diferente. Debe ser capaz de hacer que el lector salga de ella más sabio, más culto y con herramientas para afilar su propia sensibilidad.
Hay pocos ejemplos de críticas formativas como la del conocido crítico Jordi Costa sobre "Twin Peaks: Fuego camina conmigo" en 1994. Aunque esta película fue cancelada antes de estrenarse en España, su impacto ha sido duradero.
El anuario "Orphanik" publicado por la Escuela de escritores recoge textos de los alumnos del Curso de crítica y es un vistazo a un futuro posible en el que la crítica resista frente a la precariedad laboral y la normalización de la pereza intelectual.
Sin embargo, este año "Orphanik" incluye un monográfico dedicado a "Twin Peaks" lleno de apuntes concretos y valiosos. Pero hay algo que me empujó a reflexionar sobre el culto a David Lynch. Aunque es un director innovador y visionario, su legado se ha visto afectado por la industria cinematográfica.
Lynch fue un autor que demandaba curiosidad, osadía y sensibilidad, algo que hoy exigen los cineastas como Pablo Hernando y Julián Génisson. Prestarles atención a tiempo es más respetuoso con su legado que ver sus películas en formato 4K compartiendo estantería con el funko del Agente Cooper.
Es hora de recordar al director que luchó por su visión frente a la industria y que su legado se ha visto afectado por la normalización. Es hora de darle importancia a sus proyectos frustrados y de reconocer su poder como creador.