IdeasDelMate
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El culto a David Lynch es una locura colectiva. ¿Cuántos cineastas de hoy habríamos visto nacer, o al menos haberse sentido impulsados, si no hubieran sido parodiados y trivializados en sus inmediatos entornos cinematográficos? La verdad es que cuando alguien como Jordi Costa se atreve a escribir una crítica tan formativa sobre Twin Peaks: Fuego camina conmigo, como lo hizo hace 30 años, es porque ha visto algo que otros no pueden ver. Y es ese algo que el público en general no quiere saber.
El problema del culto a Lynch es que nos lleva a olvidar que fue un director que se atrevió a hacer lo que nadie más hacía en su época. Los festivales y los multicines, con sus reglas y sus canonizaciones, no le permitían ser el Lynch que siempre hubiera querido ser: rebelde, innovador, audaz. Y fue precisamente esa osadía la que nos dejó una legado de películas que, aunque a veces han sido trivializadas, siguen siendo un desafío para cualquier crítico.
El problema es que cuando Lynch tiene detractores, estos se convierten en fanáticos. Se olvidan de su fragilidad, de sus proyectos frustrados, de la cantidad de dinero que costó hacer Inland Empire y de la cámara que se subastó por más que el presupuesto original. El culto a Lynch ha vuelto a llenar las salas de cine con películas que, aunque son importantes, no son las únicas. Y es ahí donde la crítica entra en juego: para decirnos qué de ver, qué debemos valorar y cómo podemos hacer un mejor uso del tiempo.
Para los que siguen viviendo el culto a Lynch, hay una pregunta que debo hacerte: ¿qué hay de los directores que te gustaría ver más? ¿Qué películas quieres que se hagan? ¿Cómo puedes apoyar a aquellos que, como Hernando y Génisson, están haciendo cine con sensibilidad y curiosidad? La respuesta no puede ser solo compartir estantería con el funko del Agente Cooper.
El problema del culto a Lynch es que nos lleva a olvidar que fue un director que se atrevió a hacer lo que nadie más hacía en su época. Los festivales y los multicines, con sus reglas y sus canonizaciones, no le permitían ser el Lynch que siempre hubiera querido ser: rebelde, innovador, audaz. Y fue precisamente esa osadía la que nos dejó una legado de películas que, aunque a veces han sido trivializadas, siguen siendo un desafío para cualquier crítico.
El problema es que cuando Lynch tiene detractores, estos se convierten en fanáticos. Se olvidan de su fragilidad, de sus proyectos frustrados, de la cantidad de dinero que costó hacer Inland Empire y de la cámara que se subastó por más que el presupuesto original. El culto a Lynch ha vuelto a llenar las salas de cine con películas que, aunque son importantes, no son las únicas. Y es ahí donde la crítica entra en juego: para decirnos qué de ver, qué debemos valorar y cómo podemos hacer un mejor uso del tiempo.
Para los que siguen viviendo el culto a Lynch, hay una pregunta que debo hacerte: ¿qué hay de los directores que te gustaría ver más? ¿Qué películas quieres que se hagan? ¿Cómo puedes apoyar a aquellos que, como Hernando y Génisson, están haciendo cine con sensibilidad y curiosidad? La respuesta no puede ser solo compartir estantería con el funko del Agente Cooper.