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"Desafiar el tópico de las '5 preguntas que haces a tus hijos cada día'"
En un país donde miles de padres repiten la misma pregunta diaria, sin importar el contexto o el tono, una psicoterapeuta estadounidense plantea una cuestión: ¿por qué repetimos la misma fórmula sin pensar en sus efectos? Amy Morin, experta en desarrollo infantil y autora del libro "13 cosas que los padres mentalmente fuertes no hacen", propone reemplazar esta pregunta automática por otras más concretas y significativas.
El secreto, según Morin, radica en la curiosidad. En lugar de preguntar de manera genérica, invitar al niño a reflexionar sobre sus emociones, aprendizajes y relaciones es clave para comunicarse mejor y fortalecer el vínculo familiar. Al enfocarnos en lo positivo, los menores desarrollan empatía, capacidad de análisis y mentalidad más abierta.
Una de las preguntas que Morin sugiere es "¿Qué fue lo mejor de tu día?", lo que ayuda a los niños a enfocarse en los aspectos positivos y reforzar el optimismo. Los padres pueden acompañar la pregunta con su propia respuesta para crear un diálogo más natural y menos unilateral.
Introducir el error como parte del aprendizaje también es fundamental. En lugar de evitar el tema, preguntar "¿Qué error te ayudó a aprender algo hoy?" permite que los niños descubran que equivocarse no es algo negativo, sino una oportunidad para mejorar.
Las emociones hacia los demás también deben tener su espacio. Preguntas como "¿De quién te sentiste orgulloso hoy?" o "¿A quién ayudaste hoy?" fomentan la empatía, la cooperación y la generosidad. Incluso los gestos más simples se convierten en temas valiosos de conversación.
Morin sugiere dar voz a la frustración o el deseo de cambio con frases como "¿Qué podría mejorar tu día?" o "Si pudieras probar algo nuevo, ¿qué sería?". Estas preguntas permiten a los niños expresar emociones sin miedo y estimular su creatividad y autonomía.
En definitiva, cambiar una simple pregunta puede parecer un gesto menor, pero puede marcar la diferencia entre un silencio automático y una conversación que fortalece el vínculo familiar. "Los niños aprenden a pensar cuando les damos espacio para expresarse", recuerda Morin.
En un país donde miles de padres repiten la misma pregunta diaria, sin importar el contexto o el tono, una psicoterapeuta estadounidense plantea una cuestión: ¿por qué repetimos la misma fórmula sin pensar en sus efectos? Amy Morin, experta en desarrollo infantil y autora del libro "13 cosas que los padres mentalmente fuertes no hacen", propone reemplazar esta pregunta automática por otras más concretas y significativas.
El secreto, según Morin, radica en la curiosidad. En lugar de preguntar de manera genérica, invitar al niño a reflexionar sobre sus emociones, aprendizajes y relaciones es clave para comunicarse mejor y fortalecer el vínculo familiar. Al enfocarnos en lo positivo, los menores desarrollan empatía, capacidad de análisis y mentalidad más abierta.
Una de las preguntas que Morin sugiere es "¿Qué fue lo mejor de tu día?", lo que ayuda a los niños a enfocarse en los aspectos positivos y reforzar el optimismo. Los padres pueden acompañar la pregunta con su propia respuesta para crear un diálogo más natural y menos unilateral.
Introducir el error como parte del aprendizaje también es fundamental. En lugar de evitar el tema, preguntar "¿Qué error te ayudó a aprender algo hoy?" permite que los niños descubran que equivocarse no es algo negativo, sino una oportunidad para mejorar.
Las emociones hacia los demás también deben tener su espacio. Preguntas como "¿De quién te sentiste orgulloso hoy?" o "¿A quién ayudaste hoy?" fomentan la empatía, la cooperación y la generosidad. Incluso los gestos más simples se convierten en temas valiosos de conversación.
Morin sugiere dar voz a la frustración o el deseo de cambio con frases como "¿Qué podría mejorar tu día?" o "Si pudieras probar algo nuevo, ¿qué sería?". Estas preguntas permiten a los niños expresar emociones sin miedo y estimular su creatividad y autonomía.
En definitiva, cambiar una simple pregunta puede parecer un gesto menor, pero puede marcar la diferencia entre un silencio automático y una conversación que fortalece el vínculo familiar. "Los niños aprenden a pensar cuando les damos espacio para expresarse", recuerda Morin.