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El fracaso de la OPA del BBVA sobre el Banco Sabadell no ha dejado indiferente a nadie. La gran noticia económica del mes, que inicialmente parecía una oportunidad para ambos bancos, terminó en un abandono del proyecto debido a la falta de apoyo de los accionistas, solo logrando recabar el 25%.
El BBVA, liderado por Carlos Torres, apostó por una narrativa centrada en el tamaño, enfatizando las ganancias potenciales de una entidad más grande y con mayor capacidad crediticia. Sin embargo, sus directivos subestimaron las resistencias que su propuesta generaría y no se dieron cuenta del riesgo de perder la independencia del Sabadell.
Las condiciones restrictivas impuestas por el Gobierno, que incluían limitaciones a despidos y cierres de oficinas, redujeron significativamente los beneficios esperados de la fusión. El empecinamiento de Torres en seguir adelante, pese a esas trabas, refleja un error estratégico de primer orden.
El fallido intento nos deja varias lecciones importantes. Primero, que la gestión estratégica es tan importante como el tamaño. Los directivos del Sabadell supieron comunicar el valor de su modelo y seducir a sus accionistas con dividendos atractivos, mientras que el BBVA pecó de arrogancia al subestimar la resistencia.
Segundo, que las condiciones impuestas por el Gobierno sirven para proteger la competencia y el interés público. Estas medidas garantizaron que las pymes y los empleados no pagaran el precio de una fusión exprés.
Tercero, que la voracidad por el tamaño no siempre se traduce en beneficios reales. Las opas hostiles no suelen prosperar si no disponen de una buena palanca de apoyo en la otra parte.
Pese al fiasco, las perspectivas para el BBVA siguen siendo buenas, como lo demuestra que en bolsa rebotó al día siguiente. El Sabadell, por su parte, emerge fortalecido como un símbolo de que, en un mundo de gigantes, la agilidad y la cercanía siguen siendo valores imbatibles.
El BBVA, liderado por Carlos Torres, apostó por una narrativa centrada en el tamaño, enfatizando las ganancias potenciales de una entidad más grande y con mayor capacidad crediticia. Sin embargo, sus directivos subestimaron las resistencias que su propuesta generaría y no se dieron cuenta del riesgo de perder la independencia del Sabadell.
Las condiciones restrictivas impuestas por el Gobierno, que incluían limitaciones a despidos y cierres de oficinas, redujeron significativamente los beneficios esperados de la fusión. El empecinamiento de Torres en seguir adelante, pese a esas trabas, refleja un error estratégico de primer orden.
El fallido intento nos deja varias lecciones importantes. Primero, que la gestión estratégica es tan importante como el tamaño. Los directivos del Sabadell supieron comunicar el valor de su modelo y seducir a sus accionistas con dividendos atractivos, mientras que el BBVA pecó de arrogancia al subestimar la resistencia.
Segundo, que las condiciones impuestas por el Gobierno sirven para proteger la competencia y el interés público. Estas medidas garantizaron que las pymes y los empleados no pagaran el precio de una fusión exprés.
Tercero, que la voracidad por el tamaño no siempre se traduce en beneficios reales. Las opas hostiles no suelen prosperar si no disponen de una buena palanca de apoyo en la otra parte.
Pese al fiasco, las perspectivas para el BBVA siguen siendo buenas, como lo demuestra que en bolsa rebotó al día siguiente. El Sabadell, por su parte, emerge fortalecido como un símbolo de que, en un mundo de gigantes, la agilidad y la cercanía siguen siendo valores imbatibles.