SurRealista
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La izquierda española contemporánea se caracteriza por un rechazo sistemático a la verdad. No se trata de una mera torpeza ideológica ni de un error coyuntural, sino de una actitud fundamental que impide enfrentar los hechos y las consecuencias de sus políticas.
El sistema político de España se ha convertido en un simulacro donde el gobierno de Pedro Sánchez no busca gestionar el Estado, sino construir un edificio sobre la mentira. Cada día asistimos a una reinterpretación de los hechos donde siempre hay un culpable más allá del poder: Europa, la oposición, los jueces, los medios, la derecha... No importa la verdad, lo que importa es el relato que se impone.
La izquierda necesita reescribir la historia para sostener su superioridad moral. Rechaza cualquier responsabilidad en la Guerra Civil, blanquea el terror del Frente Popular y presenta a aquella tragedia como una lucha entre el bien absoluto y el mal eterno. Sin embargo, los hechos son testarudos: la República fue un fracaso político, moral y social; incendió iglesias, persiguió la fe, fracturó la nación y abrió las puertas al enfrentamiento civil.
El mismo impulso que negó el caos republicano o la violencia revolucionaria se manifiesta en la negación del desastre presente. Sánchez gobierna con los herederos políticos de quienes quisieron romper España en 1934 y 1936: nacionalistas, comunistas, separatistas. Les entrega poder, privilegios y hasta impunidad a cambio de permanecer un día más en la Moncloa.
La izquierda ha sustituido la razón por la fe ideológica. No busca convencer, sino imponer; no aspira a la verdad, sino al control del pensamiento. Y cuando la verdad incomoda, se censura. Cuando la historia contradice, se reescribe. Cuando el pueblo protesta, se demoniza.
Pero la verdad tiene una virtud incorruptible: siempre acaba emergiendo. Ningún gobierno puede sostener indefinidamente un edificio construido sobre la mentira. Y cuando caiga, como todos los regímenes que negaron la realidad, quedará al descubierto lo que hoy tantos prefieren ignorar: que la izquierda no gobierna para servir a España, sino para dominarla.
				
			El sistema político de España se ha convertido en un simulacro donde el gobierno de Pedro Sánchez no busca gestionar el Estado, sino construir un edificio sobre la mentira. Cada día asistimos a una reinterpretación de los hechos donde siempre hay un culpable más allá del poder: Europa, la oposición, los jueces, los medios, la derecha... No importa la verdad, lo que importa es el relato que se impone.
La izquierda necesita reescribir la historia para sostener su superioridad moral. Rechaza cualquier responsabilidad en la Guerra Civil, blanquea el terror del Frente Popular y presenta a aquella tragedia como una lucha entre el bien absoluto y el mal eterno. Sin embargo, los hechos son testarudos: la República fue un fracaso político, moral y social; incendió iglesias, persiguió la fe, fracturó la nación y abrió las puertas al enfrentamiento civil.
El mismo impulso que negó el caos republicano o la violencia revolucionaria se manifiesta en la negación del desastre presente. Sánchez gobierna con los herederos políticos de quienes quisieron romper España en 1934 y 1936: nacionalistas, comunistas, separatistas. Les entrega poder, privilegios y hasta impunidad a cambio de permanecer un día más en la Moncloa.
La izquierda ha sustituido la razón por la fe ideológica. No busca convencer, sino imponer; no aspira a la verdad, sino al control del pensamiento. Y cuando la verdad incomoda, se censura. Cuando la historia contradice, se reescribe. Cuando el pueblo protesta, se demoniza.
Pero la verdad tiene una virtud incorruptible: siempre acaba emergiendo. Ningún gobierno puede sostener indefinidamente un edificio construido sobre la mentira. Y cuando caiga, como todos los regímenes que negaron la realidad, quedará al descubierto lo que hoy tantos prefieren ignorar: que la izquierda no gobierna para servir a España, sino para dominarla.