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En un impacto catastrófico hace 35,7 millones de años, Rusia se convirtió en testigo de una explosión sin precedentes que dejaría huella indeleble en la historia de la Tierra. Un asteroide de unos cinco y ocho kilómetros de ancho se dirigió hacia el este, a velocidad estelar, hacia las tierras ruso-siberianas, cerca del océano Ártico, con una fuerza que desgarró el suelo de la Tierra. La consecuencia fue un desplome sin precedentes: la creación de un cráter de casi 100 kilómetros de diámetro, que solo se ve superado por tres otros en el planeta.
El impacto, estremecedor, liberó a millones de toneladas métricas de material al aire, lo que generó una explosión visible en la escena geológica. Y aunque es posible que muchos no le han dado importancia, el cráter Popigai es uno de los más grandes del mundo, y solo se encuentra en cuarta posición, empatado con el embalse Manicouagan en Canadá.
La roca fundida y derretida por la colisión se convirtió en lava y se expulsó hacia afuera, formando un gran depósito de diamantes. Según la NASA, este proceso se produjo a una velocidad del orden de 1.500 a 2.000 kilómetros cúbicos, lo que equivale a unos cinco billones de toneladas de material en el aire. Las piedras que llovieron desde el cielo incluso llegaron hasta Italia.
La deriva continental ha cambiado desde entonces, pero hace 35 millones de años el mapa del mundo ya comenzaba a parecerse al actual. En la fracción de segundo del impacto, la presión aumentó a unos 600 gigapascales o seis millones de atmósferas, en un giro de la suerte que cambió la historia.
La investigación sobre este cráter se inició en la década de 1949, pero no fue hasta 1970 cuando los científicos soviéticos descubrieron la verdad: un impacto provoca el mayor depósito de diamantes del mundo. El cráter Popigai contiene una mezcla única de rocas grafíticas y sedimentarias que encajan para formar estos tesorores.
La NASA informa que las condiciones de formación de este material son tan únicas que no se pueden producir artificialmente, lo que hace que estos diamantes sean verdaderos "diamantes de impacto". Sin embargo, debido a su pequeño tamaño y baja pureza, solo son adecuados para usos industriales.
El impacto también tuvo un efecto sorprendente: la Unión Soviética consideró esta información secreta de Estado y no compartió con otros países hasta mediados de 1990. La razón era evitar provocar una caída del precio de este mineral.
El impacto, estremecedor, liberó a millones de toneladas métricas de material al aire, lo que generó una explosión visible en la escena geológica. Y aunque es posible que muchos no le han dado importancia, el cráter Popigai es uno de los más grandes del mundo, y solo se encuentra en cuarta posición, empatado con el embalse Manicouagan en Canadá.
La roca fundida y derretida por la colisión se convirtió en lava y se expulsó hacia afuera, formando un gran depósito de diamantes. Según la NASA, este proceso se produjo a una velocidad del orden de 1.500 a 2.000 kilómetros cúbicos, lo que equivale a unos cinco billones de toneladas de material en el aire. Las piedras que llovieron desde el cielo incluso llegaron hasta Italia.
La deriva continental ha cambiado desde entonces, pero hace 35 millones de años el mapa del mundo ya comenzaba a parecerse al actual. En la fracción de segundo del impacto, la presión aumentó a unos 600 gigapascales o seis millones de atmósferas, en un giro de la suerte que cambió la historia.
La investigación sobre este cráter se inició en la década de 1949, pero no fue hasta 1970 cuando los científicos soviéticos descubrieron la verdad: un impacto provoca el mayor depósito de diamantes del mundo. El cráter Popigai contiene una mezcla única de rocas grafíticas y sedimentarias que encajan para formar estos tesorores.
La NASA informa que las condiciones de formación de este material son tan únicas que no se pueden producir artificialmente, lo que hace que estos diamantes sean verdaderos "diamantes de impacto". Sin embargo, debido a su pequeño tamaño y baja pureza, solo son adecuados para usos industriales.
El impacto también tuvo un efecto sorprendente: la Unión Soviética consideró esta información secreta de Estado y no compartió con otros países hasta mediados de 1990. La razón era evitar provocar una caída del precio de este mineral.