LatinoEnMarcha
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La Transición, un proceso en constante debate. Aunque muchos piensan que se inició el 20 de noviembre de 1975 con la proclamación de Juan Carlos I como rey después de la muerte de Franco, algunos argumentan que fue en 1976, cuando las Cortes aprobaron la Ley para la Reforma Política. Otros creen que se inició o concluyó con la aprobación de la Constitución de 1978.
En realidad, Juan Carlos I tomó una decisión crucial: cambiar el rumbo del barco del Estado y abordar un futuro mejor. Sin embargo, su camino no fue fácil. La situación era extremadamente arriesgada y las opciones eran contrapuestas: seguir la dictadura sin Franco o pasar a la democracia con cambios profundos.
El nuevo rey decidió ir por la segunda opción, apoyándose en una base legitimadora sólida. Había cuatro rasgos que lo hicieron apto para liderar ese cambio histórico. En primer lugar, la legitimidad institucional, ya que había sido designado por Franco como sucesor a título de rey. En segundo lugar, la plenipotencia heredada de Franco. En tercer lugar, la posición en la línea de sucesión dinástica al trono. Y en cuarto lugar, la formación militar y el cargo más alto en la milicia.
Con estas cuatro legitimidades, Juan Carlos I se convirtió en un factor esencial para impulsar la Transición. Contó con unos arquitectos valientes que lo ayudaron a llevar a cabo esa gigantesca obra: Torcuato Fernández Miranda, Adolfo Suárez y el teniente general Gutiérrez Mellado. Juntos, desplegaron patriotismo y renuencia ante los riesgos personales para construir un futuro mejor.
Pero ahora, España pasa por un momento difícil. Un líder con autocráticos atributos se aferra a la poderosa Moncloa mientras disemina polarización y corrupción. Es como si estuviera moviendo el país en la misma dirección que en los años treinta, pero en sentido inverso.
¿Acaso debemos mantenernos impávidos ante este retorno al "país ingrato"? Quizás es hora de reflexionar sobre si Juan Carlos I abdicó demasiado pronto y si la Transición todavía no ha terminado.
En realidad, Juan Carlos I tomó una decisión crucial: cambiar el rumbo del barco del Estado y abordar un futuro mejor. Sin embargo, su camino no fue fácil. La situación era extremadamente arriesgada y las opciones eran contrapuestas: seguir la dictadura sin Franco o pasar a la democracia con cambios profundos.
El nuevo rey decidió ir por la segunda opción, apoyándose en una base legitimadora sólida. Había cuatro rasgos que lo hicieron apto para liderar ese cambio histórico. En primer lugar, la legitimidad institucional, ya que había sido designado por Franco como sucesor a título de rey. En segundo lugar, la plenipotencia heredada de Franco. En tercer lugar, la posición en la línea de sucesión dinástica al trono. Y en cuarto lugar, la formación militar y el cargo más alto en la milicia.
Con estas cuatro legitimidades, Juan Carlos I se convirtió en un factor esencial para impulsar la Transición. Contó con unos arquitectos valientes que lo ayudaron a llevar a cabo esa gigantesca obra: Torcuato Fernández Miranda, Adolfo Suárez y el teniente general Gutiérrez Mellado. Juntos, desplegaron patriotismo y renuencia ante los riesgos personales para construir un futuro mejor.
Pero ahora, España pasa por un momento difícil. Un líder con autocráticos atributos se aferra a la poderosa Moncloa mientras disemina polarización y corrupción. Es como si estuviera moviendo el país en la misma dirección que en los años treinta, pero en sentido inverso.
¿Acaso debemos mantenernos impávidos ante este retorno al "país ingrato"? Quizás es hora de reflexionar sobre si Juan Carlos I abdicó demasiado pronto y si la Transición todavía no ha terminado.