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"Enfrentándonos al reflejo del tiempo"
Hoy es el último día de playa, pero para mí ya es demasiado tarde. La brisa afilada y el sol bajo de otoño no pueden disfrazar la verdad: he caído en el patético intento de frenar el reloj del envejecimiento. Me preocupa cómo mi piel se ha deteriorado con los años, y aunque mi dermatóloga me ha recomendado un primer retinol, ya siento que estoy sucumbiendo a las costumbres estéticas.
Recuerdo a Nora Ephron, quien no dudaba en hablar sin pudor de sus intervenciones estéticas: bótox en una arruga de la frente, ácido hialurónico para rellenar zonas fofas... incluso se infló los labios. Aunque me consuela saber que mujeres a las que admiro también han caído en este error, no puedo evitar sentirme confundida.
En tiempos en que la belleza era algo intangible y reservado para una nariz perfectamente respingona o un pecho generoso, las intervenciones estéticas parecían cierta impostura. Pero ahora, me parece legítimo pedir a las intervenciones rebobinar... ¿y quién está mal por eso?
La película "La sustancia" nos recuerda que el asunto puede complicarse en la vida real. Caitlin Moran nos avisa: los retoques estéticos no te convierten en tu yo más joven, sino en otra cosa. Frentes brillantes, ojos muy abiertos, labios con el mismo mohín... una última tiranía justo cuando empiezas a tener más seguridad en ti misma.
Pero detrás de estas intervenciones estéticas hay algo más profundo. Hay el miedo al paso del tiempo, que me angustió desde niña. Pero ahora el vértigo es distinto. Es el miedo a que esto acabe demasiado rápido, a que las arrugas revelen nuestra historia y no solo nuestra edad.
Las biopsias, los TACs... ¿quién se ha consumido ya todos estos años? Las arrugas revelan nuestra historia, pero también el deterioro de nuestros cuerpos. Y yo solo quiero primeras veces con mi dermatóloga, disfrutar del sol sin sentirme incómoda con mi reflejo en el espejo.
Enfrentémonos al reloj, aunque sea para aceptar que no podemos frenar el paso del tiempo.
Hoy es el último día de playa, pero para mí ya es demasiado tarde. La brisa afilada y el sol bajo de otoño no pueden disfrazar la verdad: he caído en el patético intento de frenar el reloj del envejecimiento. Me preocupa cómo mi piel se ha deteriorado con los años, y aunque mi dermatóloga me ha recomendado un primer retinol, ya siento que estoy sucumbiendo a las costumbres estéticas.
Recuerdo a Nora Ephron, quien no dudaba en hablar sin pudor de sus intervenciones estéticas: bótox en una arruga de la frente, ácido hialurónico para rellenar zonas fofas... incluso se infló los labios. Aunque me consuela saber que mujeres a las que admiro también han caído en este error, no puedo evitar sentirme confundida.
En tiempos en que la belleza era algo intangible y reservado para una nariz perfectamente respingona o un pecho generoso, las intervenciones estéticas parecían cierta impostura. Pero ahora, me parece legítimo pedir a las intervenciones rebobinar... ¿y quién está mal por eso?
La película "La sustancia" nos recuerda que el asunto puede complicarse en la vida real. Caitlin Moran nos avisa: los retoques estéticos no te convierten en tu yo más joven, sino en otra cosa. Frentes brillantes, ojos muy abiertos, labios con el mismo mohín... una última tiranía justo cuando empiezas a tener más seguridad en ti misma.
Pero detrás de estas intervenciones estéticas hay algo más profundo. Hay el miedo al paso del tiempo, que me angustió desde niña. Pero ahora el vértigo es distinto. Es el miedo a que esto acabe demasiado rápido, a que las arrugas revelen nuestra historia y no solo nuestra edad.
Las biopsias, los TACs... ¿quién se ha consumido ya todos estos años? Las arrugas revelan nuestra historia, pero también el deterioro de nuestros cuerpos. Y yo solo quiero primeras veces con mi dermatóloga, disfrutar del sol sin sentirme incómoda con mi reflejo en el espejo.
Enfrentémonos al reloj, aunque sea para aceptar que no podemos frenar el paso del tiempo.