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"El secreto silencioso del pueblo fantasma de Albacete"
Siempre he sentido que hay un lugar en el mundo donde el tiempo se detiene y el paso de las generaciones es como si se hubiera detenido. Es un lugar donde la naturaleza sigue siendo la reina suprema, y el ser humano apenas una especie más de animales que habita este territorio. Ese lugar es Alcadima, un pueblo abandonado en la provincia de Albacete, cuya esencia permanece intacta a pesar del paso del tiempo.
Para llegar hasta aquí es necesario adentrarse por un camino estrecho y serpenteante, flanqueado por curvas pronunciadas que invitan a bajar la velocidad y dejarse envolver por el paisaje. Un camino que una vez fue utilizado por vecinos y cultivos, pero ahora está vacío y silencioso. Antaño, Alcadima latía con vida, con una comunidad que cuidaba sus casas de piedra y yeso, con grandes puertas de madera y cerrojos de hierro.
Pero hoy, medio siglo después de su despoblación, las huellas de aquella vida rural siguen presentes. Las casas de piedra y yeso aún se apiñan en callejones estrechos, aunque algunas están abandonadas o en mal estado. Los grandes puertas de madera y cerrojos de hierro resisten todavía, como si aguardaran un regreso imposible. En los alrededores, varios cultivos cuidados muestran que hay manos que todavía velan por este lugar -aromáticas, granados, olivos, higueras y parras salpican el paisaje.
Pero lo que más me impresiona es la belleza callada de Alcadima. Un río transparente discurre por un estrecho sendero junto al pueblo, aportando frescor y vida. Sus aguas cristalinas dejan ver a simple vista los peces que las habitan, y un pequeño puente permite cruzarlo con facilidad. La fuente del pueblo, aún activa, sigue manando sin descanso. Un testimonio de continuidad en un entorno detenido en el tiempo.
Adentrarse en Alcadima es viajar al pasado reciente de nuestras tierras. Es caminar por calles que hace décadas quedaron en silencio y escuchar la fuerza de la naturaleza que continúa abriéndose paso. Sentarse junto a su fuente y dejar volar la imaginación permite reconstruir, aunque sea por un momento, la vida de los alcadimeros de antaño.
Es un lugar donde el tiempo se detiene y el ser humano apenas es una especie más de animales que habita este territorio. Es un lugar donde la naturaleza sigue siendo la reina suprema, y la historia y la cultura siguen viviendo en cada piedra, cada puerta, cada rincón del pueblo fantasma de Albacete.
Siempre he sentido que hay un lugar en el mundo donde el tiempo se detiene y el paso de las generaciones es como si se hubiera detenido. Es un lugar donde la naturaleza sigue siendo la reina suprema, y el ser humano apenas una especie más de animales que habita este territorio. Ese lugar es Alcadima, un pueblo abandonado en la provincia de Albacete, cuya esencia permanece intacta a pesar del paso del tiempo.
Para llegar hasta aquí es necesario adentrarse por un camino estrecho y serpenteante, flanqueado por curvas pronunciadas que invitan a bajar la velocidad y dejarse envolver por el paisaje. Un camino que una vez fue utilizado por vecinos y cultivos, pero ahora está vacío y silencioso. Antaño, Alcadima latía con vida, con una comunidad que cuidaba sus casas de piedra y yeso, con grandes puertas de madera y cerrojos de hierro.
Pero hoy, medio siglo después de su despoblación, las huellas de aquella vida rural siguen presentes. Las casas de piedra y yeso aún se apiñan en callejones estrechos, aunque algunas están abandonadas o en mal estado. Los grandes puertas de madera y cerrojos de hierro resisten todavía, como si aguardaran un regreso imposible. En los alrededores, varios cultivos cuidados muestran que hay manos que todavía velan por este lugar -aromáticas, granados, olivos, higueras y parras salpican el paisaje.
Pero lo que más me impresiona es la belleza callada de Alcadima. Un río transparente discurre por un estrecho sendero junto al pueblo, aportando frescor y vida. Sus aguas cristalinas dejan ver a simple vista los peces que las habitan, y un pequeño puente permite cruzarlo con facilidad. La fuente del pueblo, aún activa, sigue manando sin descanso. Un testimonio de continuidad en un entorno detenido en el tiempo.
Adentrarse en Alcadima es viajar al pasado reciente de nuestras tierras. Es caminar por calles que hace décadas quedaron en silencio y escuchar la fuerza de la naturaleza que continúa abriéndose paso. Sentarse junto a su fuente y dejar volar la imaginación permite reconstruir, aunque sea por un momento, la vida de los alcadimeros de antaño.
Es un lugar donde el tiempo se detiene y el ser humano apenas es una especie más de animales que habita este territorio. Es un lugar donde la naturaleza sigue siendo la reina suprema, y la historia y la cultura siguen viviendo en cada piedra, cada puerta, cada rincón del pueblo fantasma de Albacete.