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En el corazón del norte canario, en el pueblo de Firgas, la cascada urbana es una constante que recuerda a los habitantes que viven de ella durante siglos. La "Villa del Agua" se caracteriza por su atmósfera tranquila y relajada, donde el sonido del agua es constante y el olor a tierra húmeda y plátano llena el aire. El pueblo conserva un clima amable todo el año y las tradiciones no se han oxidado.
El casco antiguo de Firgas parece detenido en el tiempo, con casas blancas y bajas que se asoman a calles empedradas decoradas con escudos heráldicos y mosaicos que representan las siete islas del archipiélago. La Plaza de San Roque es el punto de encuentro donde se levanta la iglesia del mismo nombre, construida en 1502, junto a la antigua Acequia Real.
Desde el mirador de San Roque, el panorama sorprende con vistas de un cielo y océano azules que parecen fundirse. La cascada urbana de 30 metros es una obra artificial pero suena y luce tan natural que uno puede jurar que siempre estuvo ahí.
En Firgas, también se encuentra el Molino de Firgas, levantado en 1517 y todavía en funcionamiento. Es el más antiguo del archipiélago y alberga el Museo del Gofio donde se puede ver cómo se tuesta y muele este alimento tan ligado a la cultura canaria. El sonido de la piedra girando es como una banda sonora para la villa.
Mientras el resto del país se tiñe de frío, Firgas conserva un clima amable todo el año. En apenas veinte minutos se puede llegar a Los Charcones, unas piscinas naturales formadas en la roca volcánica donde el verano parece no acabarse nunca.
En Firgas, lo que hace de este lugar especial es su autenticidad. No hay pretensión ni artificio: solo un pequeño pueblo que aprendió a convivir con el agua y a convertirla en arte. La cascada urbana, el molino y las calles empedradas no son solo postales, sino la memoria viva de un lugar donde el tiempo sigue corriendo despacio.
El casco antiguo de Firgas parece detenido en el tiempo, con casas blancas y bajas que se asoman a calles empedradas decoradas con escudos heráldicos y mosaicos que representan las siete islas del archipiélago. La Plaza de San Roque es el punto de encuentro donde se levanta la iglesia del mismo nombre, construida en 1502, junto a la antigua Acequia Real.
Desde el mirador de San Roque, el panorama sorprende con vistas de un cielo y océano azules que parecen fundirse. La cascada urbana de 30 metros es una obra artificial pero suena y luce tan natural que uno puede jurar que siempre estuvo ahí.
En Firgas, también se encuentra el Molino de Firgas, levantado en 1517 y todavía en funcionamiento. Es el más antiguo del archipiélago y alberga el Museo del Gofio donde se puede ver cómo se tuesta y muele este alimento tan ligado a la cultura canaria. El sonido de la piedra girando es como una banda sonora para la villa.
Mientras el resto del país se tiñe de frío, Firgas conserva un clima amable todo el año. En apenas veinte minutos se puede llegar a Los Charcones, unas piscinas naturales formadas en la roca volcánica donde el verano parece no acabarse nunca.
En Firgas, lo que hace de este lugar especial es su autenticidad. No hay pretensión ni artificio: solo un pequeño pueblo que aprendió a convivir con el agua y a convertirla en arte. La cascada urbana, el molino y las calles empedradas no son solo postales, sino la memoria viva de un lugar donde el tiempo sigue corriendo despacio.