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Cada sociedad, en cada momento histórico, tiene un modelo de comunicación propio que es fundamental para entender su sistema político y su estructura social. La imprenta lideró el cambio de guardia de la Edad Media a la era Moderna, siendo clave en la aparición de la burguesía y el final de la sociedad de tres órdenes.
La Revolución francesa se lee en los pasquines, los folletos y los periódicos con los que jacobinos y girondinos inundaron París. Más tarde, el telégrafo, la radio y el papel de los periódicos resultaron decisivos en la revolución industrial, en la guerra civil de Estados Unidos, en la Primera Guerra Mundial y en la irrupción de los totalitarismos: comunismo, fascismo y nazismo. La democracia liberal solo puede existir cuando hay una opinión pública formada y bien informada, lo que requiere un ecosistema mediático pluralista, libertad de expresión y responsabilidad editorial.
La Segunda Guerra Mundial no se entiende sin los grandes medios de masas de la época (impresos, radio, cine) ni la segunda mitad del siglo XX sin el aumento progresivo del dominio de la televisión y dos palabras clave: entretenimiento y espectáculo. Sin embargo, cada tecnología no reemplazó de inmediato al modelo anterior: se produjeron largos periodos de convivencia y transformación.
Los últimos treinta años reflejan la historia de la convivencia y transformación del sistema informativo vigente tras la Segunda Guerra Mundial con el entorno digital. Para la prensa, la digitalización ha supuesto un cambio radical: pérdida del monopolio de la emisión, numerosos cambios de modelos de negocio, una transformación digital constante y la necesidad de buscar nuevas formas de narrar.
Todo ello en medio de sucesivas crisis económicas y alteraciones sociales y políticas en las que, como siempre, las nuevas tecnologías de la comunicación han jugado un papel de primer orden. El lema del reciente Congreso de Periodistas de Catalunya fue claro: “Los periodistas somos más necesarios que nunca”. Es así.
El cambio de modelo de comunicación del siglo XXI comenzó con un optimismo que, visto hoy, parece ingenuo. Se pensó que las redes sociales democratizarían la comunicación y que el periodismo ciudadano sumaría fuerzas con el de los medios profesionales. En 2009, en Irán, se produjeron protestas masivas tras las disputadas elecciones presidenciales en las que Mahmud Ahmadineyad fue declarado ganador, en medio de denuncias de fraude.
Esa revuelta se conoció como la revolución de Twitter, ya que esa red social permitió esquivar la censura gubernamental, y los jóvenes la usaron para organizarse y dar testimonio de la represión. Las posteriores primaveras árabes inflaron la burbuja que equiparaba redes sociales con libertad.
Sin embargo, las redes y la inteligencia artificial traen, como cada modelo anterior, una nueva organización social que enarbola la palabra “libertad” mientras despliega sus propias 'fake news': autoritarismo, 'techno-bros', posverdad, noticias falsas. El modelo comunicativo basado en esferas de atención, bots y generación de contenido con o por IA erosiona las libertades, la esfera pública y la propia democracia.
El deterioro del sistema de comunicación tradicional y el de la democracia liberal se retroalimentan y son causa y consecuencia uno del otro. Desde el oficio, el periodista observa con perplejidad una transformación digital interminable, sisífica, en la que nunca se llega a la cima y la tarea jamás termina.
Ahora el desafío es la IA. El lema del congreso de los periodistas catalanes sigue vigente: el periodismo es más necesario que nunca. Pero tiene que adaptarse a una sociedad completamente digital que ya consume información de forma mayoritaria en entornos digitales. Sin lectores no hay público, y sin público no hay función social.
Para el periodismo, transformarse de nuevo y aprender a narrar con las nuevas técnicas que tan bien controlan los jóvenes y los generadores de contenidos es un reto democrático: si el periodismo no logra encontrar su lugar en el mundo de redes e IA, lo que está en juego es la propia democracia.
La pluralidad, la ética, la responsabilidad editorial, la libertad de expresión y el derecho a la información dependen de que exista un periodismo competente y competitivo en los entornos digitales, que es donde se libra hoy la batalla fundamental por la democracia liberal.
La Revolución francesa se lee en los pasquines, los folletos y los periódicos con los que jacobinos y girondinos inundaron París. Más tarde, el telégrafo, la radio y el papel de los periódicos resultaron decisivos en la revolución industrial, en la guerra civil de Estados Unidos, en la Primera Guerra Mundial y en la irrupción de los totalitarismos: comunismo, fascismo y nazismo. La democracia liberal solo puede existir cuando hay una opinión pública formada y bien informada, lo que requiere un ecosistema mediático pluralista, libertad de expresión y responsabilidad editorial.
La Segunda Guerra Mundial no se entiende sin los grandes medios de masas de la época (impresos, radio, cine) ni la segunda mitad del siglo XX sin el aumento progresivo del dominio de la televisión y dos palabras clave: entretenimiento y espectáculo. Sin embargo, cada tecnología no reemplazó de inmediato al modelo anterior: se produjeron largos periodos de convivencia y transformación.
Los últimos treinta años reflejan la historia de la convivencia y transformación del sistema informativo vigente tras la Segunda Guerra Mundial con el entorno digital. Para la prensa, la digitalización ha supuesto un cambio radical: pérdida del monopolio de la emisión, numerosos cambios de modelos de negocio, una transformación digital constante y la necesidad de buscar nuevas formas de narrar.
Todo ello en medio de sucesivas crisis económicas y alteraciones sociales y políticas en las que, como siempre, las nuevas tecnologías de la comunicación han jugado un papel de primer orden. El lema del reciente Congreso de Periodistas de Catalunya fue claro: “Los periodistas somos más necesarios que nunca”. Es así.
El cambio de modelo de comunicación del siglo XXI comenzó con un optimismo que, visto hoy, parece ingenuo. Se pensó que las redes sociales democratizarían la comunicación y que el periodismo ciudadano sumaría fuerzas con el de los medios profesionales. En 2009, en Irán, se produjeron protestas masivas tras las disputadas elecciones presidenciales en las que Mahmud Ahmadineyad fue declarado ganador, en medio de denuncias de fraude.
Esa revuelta se conoció como la revolución de Twitter, ya que esa red social permitió esquivar la censura gubernamental, y los jóvenes la usaron para organizarse y dar testimonio de la represión. Las posteriores primaveras árabes inflaron la burbuja que equiparaba redes sociales con libertad.
Sin embargo, las redes y la inteligencia artificial traen, como cada modelo anterior, una nueva organización social que enarbola la palabra “libertad” mientras despliega sus propias 'fake news': autoritarismo, 'techno-bros', posverdad, noticias falsas. El modelo comunicativo basado en esferas de atención, bots y generación de contenido con o por IA erosiona las libertades, la esfera pública y la propia democracia.
El deterioro del sistema de comunicación tradicional y el de la democracia liberal se retroalimentan y son causa y consecuencia uno del otro. Desde el oficio, el periodista observa con perplejidad una transformación digital interminable, sisífica, en la que nunca se llega a la cima y la tarea jamás termina.
Ahora el desafío es la IA. El lema del congreso de los periodistas catalanes sigue vigente: el periodismo es más necesario que nunca. Pero tiene que adaptarse a una sociedad completamente digital que ya consume información de forma mayoritaria en entornos digitales. Sin lectores no hay público, y sin público no hay función social.
Para el periodismo, transformarse de nuevo y aprender a narrar con las nuevas técnicas que tan bien controlan los jóvenes y los generadores de contenidos es un reto democrático: si el periodismo no logra encontrar su lugar en el mundo de redes e IA, lo que está en juego es la propia democracia.
La pluralidad, la ética, la responsabilidad editorial, la libertad de expresión y el derecho a la información dependen de que exista un periodismo competente y competitivo en los entornos digitales, que es donde se libra hoy la batalla fundamental por la democracia liberal.