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La jubilación del último farero activo en Almería ha dejado al sector sin su voz. Hace unas semanas, Mario Sanz Cruz, quien durante 33 años se encontraba en el faro de Mesa de Roldán, anunció que había tomado la decisión de jubilarse y dejar atrás una vida de soledad en medio del Mediterráneo.
Sanz recuerda cómo su vida cambió radicalmente cuando, en 1992, obtuvo plaza en ese faro que ya funcionaba de manera automática. Su jornada laboral se centró en vigilar el correcto funcionamiento y realizar mantenimientos en las instalaciones, como pintar paredes con humedad o limpiar los cristales de la linterna.
En una época en la que el cuerpo de fareros fue declarado a extinguir por una ley del gobierno de Felipe González, Sanz se encontró sin apoyo. Sin embargo, su dedicación y pasión por su trabajo le permitieron tener atribuciones adicionales en otras instalaciones, como el faro de La Polacra o Garrucha.
El paraje era un paraíso, pero también tenía sus peligros. Los vientos fuertes eran especialmente inquietantes y la tormenta podía caer a ti todos los rayos. Sanz recordó cómo en algunas ocasiones salían trozos de las paredes o humo se escapaba de algún sitio.
Su jornada laboral se concentraba en las mañanas, y las tardes estaban libres para cuidar camaleones, dar beber a las cabras montesas y recopilar información sobre el faro. Sanz también se dedicó a recopilar documentación y escribir sobre su experiencia, lo que llevó a la creación de obras literarias y museos.
Entre sus obras se encuentran decenas de testimonios de antiguos fareros de la zona, así como numerosas fotografías y objetos. El museo de Sanz se convirtió en un refugio para aquellos interesados en conocer más sobre el mundo de los faros y ha acumulado más de 3.000 piezas.
Ahora que está jubilado, Sanz pide a la Autoridad Portuaria almeriense que abra su museo permanentemente. Su objetivo es conservar su legado y compartirlo con el público sin que se quede cerrado para siempre.
Sanz recuerda cómo su vida cambió radicalmente cuando, en 1992, obtuvo plaza en ese faro que ya funcionaba de manera automática. Su jornada laboral se centró en vigilar el correcto funcionamiento y realizar mantenimientos en las instalaciones, como pintar paredes con humedad o limpiar los cristales de la linterna.
En una época en la que el cuerpo de fareros fue declarado a extinguir por una ley del gobierno de Felipe González, Sanz se encontró sin apoyo. Sin embargo, su dedicación y pasión por su trabajo le permitieron tener atribuciones adicionales en otras instalaciones, como el faro de La Polacra o Garrucha.
El paraje era un paraíso, pero también tenía sus peligros. Los vientos fuertes eran especialmente inquietantes y la tormenta podía caer a ti todos los rayos. Sanz recordó cómo en algunas ocasiones salían trozos de las paredes o humo se escapaba de algún sitio.
Su jornada laboral se concentraba en las mañanas, y las tardes estaban libres para cuidar camaleones, dar beber a las cabras montesas y recopilar información sobre el faro. Sanz también se dedicó a recopilar documentación y escribir sobre su experiencia, lo que llevó a la creación de obras literarias y museos.
Entre sus obras se encuentran decenas de testimonios de antiguos fareros de la zona, así como numerosas fotografías y objetos. El museo de Sanz se convirtió en un refugio para aquellos interesados en conocer más sobre el mundo de los faros y ha acumulado más de 3.000 piezas.
Ahora que está jubilado, Sanz pide a la Autoridad Portuaria almeriense que abra su museo permanentemente. Su objetivo es conservar su legado y compartirlo con el público sin que se quede cerrado para siempre.