TintaLatina
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"Un medio siglo sin Franco: el legado de un dictador que se fue volando"
Hoy, 16 de noviembre de 2025, marcan el medio siglo de la muerte del dictador Francisco Franco, mientras España sigue interrogándose sobre el verdadero alcance del final del régimen franquista. La desaparición de Franco abrió una oportunidad de cambio, pero la democracia no llegó hasta las primeras elecciones libres del 15 de junio de 1977 y su institucionalización con la Constitución de 1978.
El país se vio envuelto en una fase híbrida, condicionada por el marco jurídico del franquismo. La figura del rey Juan Carlos I resulta esencial para entender ese tránsito. Al asumir la Jefatura del Estado, el monarca heredó todos los poderes del dictador: control absoluto del Gobierno y mando supremo de las Fuerzas Armadas. Su aportación decisiva fue renunciar voluntariamente a ese poder para conducir el país hacia una monarquía parlamentaria.
El proceso que las memorias del emérito están muy lejos de relatar fielmente fue gradual y lleno de riesgos: desde el nombramiento de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno hasta la legalización del Partido Comunista, pasando por la Ley para la Reforma Política. Sin embargo, el éxito final no estuvo exento de límites. Es a esto a lo que algunos historiadores se refieren cuando hablan de "zonas de sombra": ambigüedas y silencios propios de un proceso de ruptura pactada.
La democracia se afianzó, pero las memorias del emérito contienen un pasaje especialmente revelador: el reconocimiento de que su hijo le dio la espalda por deber. Estas palabras muestran algo esencial: la fortaleza de una monarquía constitucional depende de la capacidad del titular de anteponer la institución al vínculo familiar.
Felipe VI ha demostrado preservar la ejemplaridad en un momento de erosión pública de la Corona con sobriedad y firmeza que han resultado determinantes. Medio siglo después, conviene poner las cosas en su sitio: la democracia solo llegó con las urnas y por la voluntad del pueblo español. Juan Carlos I fue decisivo para desmontar el legado autoritario. Y Felipe VI ha demostrado que la continuidad de la monarquía depende más de la ejemplaridad que de la nostalgia.
No se trata de banalizar los esfuerzos y sacrificios que tantísimos españoles tuvieron que hacer para recuperar la democracia. La historia debe ser contada con honestidad y sin distorsiones, para recordar a aquellos que lucharon por un futuro mejor.
Hoy, 16 de noviembre de 2025, marcan el medio siglo de la muerte del dictador Francisco Franco, mientras España sigue interrogándose sobre el verdadero alcance del final del régimen franquista. La desaparición de Franco abrió una oportunidad de cambio, pero la democracia no llegó hasta las primeras elecciones libres del 15 de junio de 1977 y su institucionalización con la Constitución de 1978.
El país se vio envuelto en una fase híbrida, condicionada por el marco jurídico del franquismo. La figura del rey Juan Carlos I resulta esencial para entender ese tránsito. Al asumir la Jefatura del Estado, el monarca heredó todos los poderes del dictador: control absoluto del Gobierno y mando supremo de las Fuerzas Armadas. Su aportación decisiva fue renunciar voluntariamente a ese poder para conducir el país hacia una monarquía parlamentaria.
El proceso que las memorias del emérito están muy lejos de relatar fielmente fue gradual y lleno de riesgos: desde el nombramiento de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno hasta la legalización del Partido Comunista, pasando por la Ley para la Reforma Política. Sin embargo, el éxito final no estuvo exento de límites. Es a esto a lo que algunos historiadores se refieren cuando hablan de "zonas de sombra": ambigüedas y silencios propios de un proceso de ruptura pactada.
La democracia se afianzó, pero las memorias del emérito contienen un pasaje especialmente revelador: el reconocimiento de que su hijo le dio la espalda por deber. Estas palabras muestran algo esencial: la fortaleza de una monarquía constitucional depende de la capacidad del titular de anteponer la institución al vínculo familiar.
Felipe VI ha demostrado preservar la ejemplaridad en un momento de erosión pública de la Corona con sobriedad y firmeza que han resultado determinantes. Medio siglo después, conviene poner las cosas en su sitio: la democracia solo llegó con las urnas y por la voluntad del pueblo español. Juan Carlos I fue decisivo para desmontar el legado autoritario. Y Felipe VI ha demostrado que la continuidad de la monarquía depende más de la ejemplaridad que de la nostalgia.
No se trata de banalizar los esfuerzos y sacrificios que tantísimos españoles tuvieron que hacer para recuperar la democracia. La historia debe ser contada con honestidad y sin distorsiones, para recordar a aquellos que lucharon por un futuro mejor.