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En Islandia, el cambio de vida es un desafío cotidiano para los emigrantes que buscan escapar del estrés y la incertidumbre. Un caso emblemático lo cuenta Bernat, periodista barcelonés de 32 años que logró reunir 50.000 euros en apenas un año y tres meses trabajando en hoteles islandeses.
Su historia comenzó cuando el visado de su pareja vietnamita para emigrar a Australia se tumbó, lo que llevó a cambiar una isla por otra. "Cambiamos una isla por otra", afirma Bernat. El destino final fue Islandia gracias a una amiga que le informó sobre la necesidad de personal en los hoteles.
No hubo entrevistas formales ni filtros interminables, solo un encuentro con un gerente de hotel que les preguntó si hablaban inglés y sobre cuándo podrían llegar. El primer contrato salió en una semana y trabajaron toda la temporada de verano, lo que se repitió dos veces más.
En total, Bernat trabajó en cuatro hoteles en quince meses y llegó a ahorrar 50.000 euros gracias a la lógica simple del gasto cero: "En Islandia apenas hay gastos, por eso se ahorra mucho". Fuera de Reikiavik, los hoteles ofrecen alojamiento, comida y, a veces, coche, lo que significa que cada sueldo va casi íntegro al banco.
Bernat menciona que el salario mínimo islandés ronda los 2.500 euros al mes, pero en los hoteles se cobran unos 3.000 euros por 170 horas de trabajo. Sin embargo, no todo fue perfecto: en ocasiones las horas extra no se pagaban correctamente y otros compañeros de trabajo prefirieron no reclamar.
La clave para Bernat es la polivalencia, especialmente en hoteles pequeños y familiares. También destaca que el papeleo no es una barrera, ya que Islandia forma parte del Schengen, lo que facilita los trámites y se puede solicitar el número de seguridad social mediante un formulario online.
Pero la verdadera prueba está en la vida diaria, donde la postal islandesa es tan espectacular como solitaria. "Es un país desértico", describe Bernat, con pueblos muy pequeñitos y hoteles en medio de la nada, donde solo se tiene vida social con los clientes y los compañeros de trabajo.
Para urbanitas empedernidos, puede resultar duro, pero para parejas o amigos que viajan juntos, puede ser perfecto. Sus sábados de invierno pueden describirse con una sola escena: "Ver una peli en pareja".
Su historia comenzó cuando el visado de su pareja vietnamita para emigrar a Australia se tumbó, lo que llevó a cambiar una isla por otra. "Cambiamos una isla por otra", afirma Bernat. El destino final fue Islandia gracias a una amiga que le informó sobre la necesidad de personal en los hoteles.
No hubo entrevistas formales ni filtros interminables, solo un encuentro con un gerente de hotel que les preguntó si hablaban inglés y sobre cuándo podrían llegar. El primer contrato salió en una semana y trabajaron toda la temporada de verano, lo que se repitió dos veces más.
En total, Bernat trabajó en cuatro hoteles en quince meses y llegó a ahorrar 50.000 euros gracias a la lógica simple del gasto cero: "En Islandia apenas hay gastos, por eso se ahorra mucho". Fuera de Reikiavik, los hoteles ofrecen alojamiento, comida y, a veces, coche, lo que significa que cada sueldo va casi íntegro al banco.
Bernat menciona que el salario mínimo islandés ronda los 2.500 euros al mes, pero en los hoteles se cobran unos 3.000 euros por 170 horas de trabajo. Sin embargo, no todo fue perfecto: en ocasiones las horas extra no se pagaban correctamente y otros compañeros de trabajo prefirieron no reclamar.
La clave para Bernat es la polivalencia, especialmente en hoteles pequeños y familiares. También destaca que el papeleo no es una barrera, ya que Islandia forma parte del Schengen, lo que facilita los trámites y se puede solicitar el número de seguridad social mediante un formulario online.
Pero la verdadera prueba está en la vida diaria, donde la postal islandesa es tan espectacular como solitaria. "Es un país desértico", describe Bernat, con pueblos muy pequeñitos y hoteles en medio de la nada, donde solo se tiene vida social con los clientes y los compañeros de trabajo.
Para urbanitas empedernidos, puede resultar duro, pero para parejas o amigos que viajan juntos, puede ser perfecto. Sus sábados de invierno pueden describirse con una sola escena: "Ver una peli en pareja".