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En el corazón del búnker antiaéreo de Járkiv, donde el drama y la soledad parecían reinar sin tregua, floreció la pasión del ballet. La agrupación local de ballet, que antes se había visto obligada a refugiarse en Europa y después a trasladirse al sótano del complejo para evitar la guerra, logró mantener su espíritu artístico sin débil.
"Seguir creando es una forma de resistencia", declaró Antonina Radiefska, directora artística de la compañía. "Aquí seguimos y estamos vivos". La adaptación del ballet a las circunstancias adversas se convirtió en un acto de rebeldía, donde cada movimiento era una declaración de fe en la arte y la cultura.
La última representación del pasado sábado fue de "Paquita", coreografía que popularizó el francés Joseph Mazilier en el siglo XIX. La escena, con sus bailarines desplazándose sobre un estrado erigido en un búnker antibombas, recordaba a los recitales de ópera simbólicos del pasado.
La guerra había reducido las aspiraciones y el espacio vital de estos artistas. Pero la pasión por el arte no se apagaba fácilmente. Un pequeño grupo de músicos que permaneció en la villa organizó conciertos en las estaciones de metro, mientras otros artistas como el director de la compañía artística Oleksiy Duhinov recuperaron su devoción por el canto.
El Teatro Nacional de Ópera y Ballet de Járkiv había sido durante años un referente cultural para Ucrania. Durante los años en los que fue capital de la República Socialista de Ucrania, la urbe fue sede de todo un movimiento artístico de vanguardia. Pero el inicio de la invasión rusa nos dejó a todos conmocionados.
La acometida rusa se aproximó tanto a la sede del Teatro Mykola Lysenko que su estructura sufrió los daños de un impacto de cohete. La dirección del recinto optó por recolocar a la compañía de ballet primero en Lituania y después, en Eslovaquia. Desde allí, viajaron por toda Europa con casi 300 representaciones en 16 países.
La actividad del Teatro nunca se detuvo. Un pequeño grupo de músicos que permaneció en la villa organizó conciertos en las estaciones de metro. El director de la compañía artística Oleksiy Duhinov recuperó su devoción por el canto. "Cantábamos para animar a los refugiados", rememora.
El ballet ucraniano se creó siguiendo pautas soviéticas como el método diseñado por la gran maestra rusa Agrippina Vaganova. Pero la ofensiva del 2022 supuso una ruptura total con esa influencia. El parlamento ucraniano prohibió por ley cualquier representación de obras rusas o de artistas de ese país.
El repertorio del recinto se vió reducido dramáticamente, dejando fuera títulos icónicos como "El lago de los cisnes" o "El cascanueces" de Pyotr Tchaikovsky y "Romeo y Julieta" de Sergei Prokofiev. En su lugar, la compañía ha elegido a Maxim Kolomiiets, autor de las "Canciones del Dragon".
La velada del pasado sábado cumplió el objetivo que le hizo desplazarse hasta el teatro una joven estudiante de arte llamada María Vshakova. "Ha servido para que mi cabeza se olvide de la guerra", reconoció alegre, con una sonrisa que iluminaba su rostro.
"Seguir creando es una forma de resistencia", declaró Antonina Radiefska, directora artística de la compañía. "Aquí seguimos y estamos vivos". La adaptación del ballet a las circunstancias adversas se convirtió en un acto de rebeldía, donde cada movimiento era una declaración de fe en la arte y la cultura.
La última representación del pasado sábado fue de "Paquita", coreografía que popularizó el francés Joseph Mazilier en el siglo XIX. La escena, con sus bailarines desplazándose sobre un estrado erigido en un búnker antibombas, recordaba a los recitales de ópera simbólicos del pasado.
La guerra había reducido las aspiraciones y el espacio vital de estos artistas. Pero la pasión por el arte no se apagaba fácilmente. Un pequeño grupo de músicos que permaneció en la villa organizó conciertos en las estaciones de metro, mientras otros artistas como el director de la compañía artística Oleksiy Duhinov recuperaron su devoción por el canto.
El Teatro Nacional de Ópera y Ballet de Járkiv había sido durante años un referente cultural para Ucrania. Durante los años en los que fue capital de la República Socialista de Ucrania, la urbe fue sede de todo un movimiento artístico de vanguardia. Pero el inicio de la invasión rusa nos dejó a todos conmocionados.
La acometida rusa se aproximó tanto a la sede del Teatro Mykola Lysenko que su estructura sufrió los daños de un impacto de cohete. La dirección del recinto optó por recolocar a la compañía de ballet primero en Lituania y después, en Eslovaquia. Desde allí, viajaron por toda Europa con casi 300 representaciones en 16 países.
La actividad del Teatro nunca se detuvo. Un pequeño grupo de músicos que permaneció en la villa organizó conciertos en las estaciones de metro. El director de la compañía artística Oleksiy Duhinov recuperó su devoción por el canto. "Cantábamos para animar a los refugiados", rememora.
El ballet ucraniano se creó siguiendo pautas soviéticas como el método diseñado por la gran maestra rusa Agrippina Vaganova. Pero la ofensiva del 2022 supuso una ruptura total con esa influencia. El parlamento ucraniano prohibió por ley cualquier representación de obras rusas o de artistas de ese país.
El repertorio del recinto se vió reducido dramáticamente, dejando fuera títulos icónicos como "El lago de los cisnes" o "El cascanueces" de Pyotr Tchaikovsky y "Romeo y Julieta" de Sergei Prokofiev. En su lugar, la compañía ha elegido a Maxim Kolomiiets, autor de las "Canciones del Dragon".
La velada del pasado sábado cumplió el objetivo que le hizo desplazarse hasta el teatro una joven estudiante de arte llamada María Vshakova. "Ha servido para que mi cabeza se olvide de la guerra", reconoció alegre, con una sonrisa que iluminaba su rostro.