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La cumbre del COP en Brasil es un espectáculo macabro, una oportunidad perdida para frenar el calentamiento global. Tres décadas después de que se creó esta conferencia multilateral con el objetivo de reducir las emisiones de CO2, el mundo está pasando por su peor pesadilla climática.
Estados Unidos ha abandonado cualquier compromiso con este asunto, dejando a Brasil y otros países para enfrentar la crisis sola. La ausencia de representantes del gobierno que más emisiones genera por habitante es un golpe significativo, como si se estuviera jugando a un juego sin reglas.
La geopolítica está polarizada de manera alarmante, y las instituciones multilaterales parecen incapaces de reaccionar. Lo que nos queda para evitar superar el límite razonable de 1,5 grados desde la época industrial ya es inquietante. La crisis climática es global, desplazando a millones de personas en amplias zonas del planeta, generando lluvias torrenciales y sequías persistentes que impiden el desarrollo de cultivos.
La reunión del COP debería ser un lugar donde se alzara la voz de alarma y se implementen políticas para frenar esta locura. Sin embargo, los estados productores de combustibles fósiles y las compañías extractoras siguen teniendo un peso desproporcionado en estas reuniones, utilizando abogados para evitar cualquier cambio. La situación es desesperadora: lo que necesitamos son medidas radicales, como destinar impuestos a preservar selvas que oxigenan el planeta.
La situación no solo es grave, sino que parece estar empeorando. Es hora de que las naciones y las empresas responsables se enfrenten a esta crisis y pidan explicaciones por su papel en el calentamiento global. Solo cuando trabajemos juntos podemos frenar la locura y proteger nuestro planeta para las generaciones futuras.
Estados Unidos ha abandonado cualquier compromiso con este asunto, dejando a Brasil y otros países para enfrentar la crisis sola. La ausencia de representantes del gobierno que más emisiones genera por habitante es un golpe significativo, como si se estuviera jugando a un juego sin reglas.
La geopolítica está polarizada de manera alarmante, y las instituciones multilaterales parecen incapaces de reaccionar. Lo que nos queda para evitar superar el límite razonable de 1,5 grados desde la época industrial ya es inquietante. La crisis climática es global, desplazando a millones de personas en amplias zonas del planeta, generando lluvias torrenciales y sequías persistentes que impiden el desarrollo de cultivos.
La reunión del COP debería ser un lugar donde se alzara la voz de alarma y se implementen políticas para frenar esta locura. Sin embargo, los estados productores de combustibles fósiles y las compañías extractoras siguen teniendo un peso desproporcionado en estas reuniones, utilizando abogados para evitar cualquier cambio. La situación es desesperadora: lo que necesitamos son medidas radicales, como destinar impuestos a preservar selvas que oxigenan el planeta.
La situación no solo es grave, sino que parece estar empeorando. Es hora de que las naciones y las empresas responsables se enfrenten a esta crisis y pidan explicaciones por su papel en el calentamiento global. Solo cuando trabajemos juntos podemos frenar la locura y proteger nuestro planeta para las generaciones futuras.