EcoDelPueblo
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La magia del atraco en el cine, una constante que ha cautivado a los espectadores desde sus inicios. Desde la invención de los Lumière, aquellos primeros inventores de la cámara, que robó al teatro, la fotografía, la novela... y así sucesivamente, hasta que los cineastas comenzaron a robarse entre sí, de forma casi obsesiva, todos robaron a D.W. Griffith. Orson Welles, en un momento, expresó su admiración por el director de "Intolerancia", pero no solo eso, en cuanto tuvo ocasión, lo primero que representó el cine fue un atraco.
En este sentido, Kelly Reichardt es una directora que sabe robar a los espectadores con sus películas. En "Wendy y Lucy", uno de sus primeros personajes, Wendy, robaba comida para perros, pero en su última película, "El maestro" o "The Mastermind", el robo no es solo una circunstancia añadida con la que acorralar a un personaje ya de por sí acosado, sino el propio argumento y sentido de todo. Su última película es una genuina heist movie o película de atracos perfectas, pero con un giro del revés.
Desde Thomas Crown hasta Johnny Hooker y Henry Gondorff en "El golpe", pasando por la desternillante "Rufufú" de Mario Monicelli, o la perfecta "Atraco perfecto" de Kubrick, todo robo tiene algo de mítico. Sus protagonistas poseen el carisma de seres de leyenda, con su forma de responder desde un planificado e irresistible caos al agrio imperio de la ley y el orden.
En esta película, se nos presenta la historia del primer gran atraco de un carpintero desempleado, convertido en ladrón de arte por accidente. Estamos en los años 70, cuando los robos analógicos eran posibles, y nuestro hombre muestra en todo su esplendor lo perfectamente inútil que puede llegar a ser. La directora planifica con infinito cuidado uno a uno todos los callejones sin salida en los que se verá su personaje y lo hace con una tan esmerada como convincente recreación de época.
El tono de desesperación gusta al director, y esa sensación de vacío preside todo. La idea no es otra que sustituir el frenesí por la quietud, el heroísmo por la fatalidad y la fiebre del momento por el simple cansancio. Y ante tanto precipicio, quién se resiste. Suena desasosegante, quizá tremendo, y en efecto, de eso se trata.
No es la primera vez que Reichardt nos propone este juego de las inversiones. A la directora le encanta darle la vuelta a las ideas alegremente preconcebidas para desnudarlas y mostrar al aire sus vergüenzas. Tanto en "Meek's Cutoff" como en "First Cow", se trataba de leer del contrario las claves del mismo western, el genero fundacional del cinematógrafo.
En este caso, y al ritmo y hondura de una excepcional banda sonora de jazz, se trata de lo mismo que es como si dijéramos que se tratara de justo lo contrario. "El maestro" resulta tan cálida, desengañada y triste que no queda otra que rendirse. Aquí todo el mundo se rinde. Es triste robar, pero más triste es que te pillen sin haber robado nada.
En este sentido, Kelly Reichardt es una directora que sabe robar a los espectadores con sus películas. En "Wendy y Lucy", uno de sus primeros personajes, Wendy, robaba comida para perros, pero en su última película, "El maestro" o "The Mastermind", el robo no es solo una circunstancia añadida con la que acorralar a un personaje ya de por sí acosado, sino el propio argumento y sentido de todo. Su última película es una genuina heist movie o película de atracos perfectas, pero con un giro del revés.
Desde Thomas Crown hasta Johnny Hooker y Henry Gondorff en "El golpe", pasando por la desternillante "Rufufú" de Mario Monicelli, o la perfecta "Atraco perfecto" de Kubrick, todo robo tiene algo de mítico. Sus protagonistas poseen el carisma de seres de leyenda, con su forma de responder desde un planificado e irresistible caos al agrio imperio de la ley y el orden.
En esta película, se nos presenta la historia del primer gran atraco de un carpintero desempleado, convertido en ladrón de arte por accidente. Estamos en los años 70, cuando los robos analógicos eran posibles, y nuestro hombre muestra en todo su esplendor lo perfectamente inútil que puede llegar a ser. La directora planifica con infinito cuidado uno a uno todos los callejones sin salida en los que se verá su personaje y lo hace con una tan esmerada como convincente recreación de época.
El tono de desesperación gusta al director, y esa sensación de vacío preside todo. La idea no es otra que sustituir el frenesí por la quietud, el heroísmo por la fatalidad y la fiebre del momento por el simple cansancio. Y ante tanto precipicio, quién se resiste. Suena desasosegante, quizá tremendo, y en efecto, de eso se trata.
No es la primera vez que Reichardt nos propone este juego de las inversiones. A la directora le encanta darle la vuelta a las ideas alegremente preconcebidas para desnudarlas y mostrar al aire sus vergüenzas. Tanto en "Meek's Cutoff" como en "First Cow", se trataba de leer del contrario las claves del mismo western, el genero fundacional del cinematógrafo.
En este caso, y al ritmo y hondura de una excepcional banda sonora de jazz, se trata de lo mismo que es como si dijéramos que se tratara de justo lo contrario. "El maestro" resulta tan cálida, desengañada y triste que no queda otra que rendirse. Aquí todo el mundo se rinde. Es triste robar, pero más triste es que te pillen sin haber robado nada.