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Un barrio se convirtió en un monumento a la soledad, donde los ancianos se sentían "desguace" y "automóviles inservibles". En su interior, sin embargo, las vidas seguían vivas. Era un lugar donde el tiempo perdía sentido, donde los recuerdos seguían latiendo en las memorias de aquellos que compartieron sus experiencias.
Pero en este santuario, donde la vida y los recuerdos seguían vibrando, alguien murió solo y sin consuelo. Antonio Famoso, un vecino de la Fuensanta, falleció en su domicilio y nadie echó de menos su presencia hasta que las goteras revelaron su secreto: había estado muerto durante más de diez años.
La noticia nos ha causado espanto porque nada tememos tanto como enfrentar la vida sola. Creo que es precisamente eso lo que nos causa más miedo: la soledad y el desamparo antes que el proceso físico en sí. La sociedad nos enseña a ser autosuficientes, pero ¿quién nos enseñará a sentir y compartir nuestro dolor?
La muerte de Antonio ha sido un acto de generosidad no deseado, una condena a la soledad de aquellos que se sienten solos. Una sociedad utilitarista y individualista, como la nuestra, sigue escandalizada cuando leemos sobre alguien que ha estado cobrando sus derechos durante diez años después de su muerte.
Al menos esta trágica historia nos recuerda que hay personas alrededor nuestros que se sienten solas y desamparadas. La verdad es que el hombre no está solo, sino que lo estamos haciendo soñar con esa antropología secular contemporánea que nos dice que nadie es especial. No consideramos humano a alguien que viva y muera en total soledad y desamparo.
Pero en este santuario, donde la vida y los recuerdos seguían vibrando, alguien murió solo y sin consuelo. Antonio Famoso, un vecino de la Fuensanta, falleció en su domicilio y nadie echó de menos su presencia hasta que las goteras revelaron su secreto: había estado muerto durante más de diez años.
La noticia nos ha causado espanto porque nada tememos tanto como enfrentar la vida sola. Creo que es precisamente eso lo que nos causa más miedo: la soledad y el desamparo antes que el proceso físico en sí. La sociedad nos enseña a ser autosuficientes, pero ¿quién nos enseñará a sentir y compartir nuestro dolor?
La muerte de Antonio ha sido un acto de generosidad no deseado, una condena a la soledad de aquellos que se sienten solos. Una sociedad utilitarista y individualista, como la nuestra, sigue escandalizada cuando leemos sobre alguien que ha estado cobrando sus derechos durante diez años después de su muerte.
Al menos esta trágica historia nos recuerda que hay personas alrededor nuestros que se sienten solas y desamparadas. La verdad es que el hombre no está solo, sino que lo estamos haciendo soñar con esa antropología secular contemporánea que nos dice que nadie es especial. No consideramos humano a alguien que viva y muera en total soledad y desamparo.