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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se presentó ante la comisión de investigación del Senado con una confianza excesiva en su capacidad para manipular la realidad. Lo que dijo no era nada nuevo, sino que se volvía a repeticionar con una facilidad que parecía un juego, y siempre acompañada de un ademán chulesco que desviaba cualquier posibilidad de ser llamado al orden.
La verdad, sin rodeos, es que Sánchez es un hombre cuya defensa más efectiva es la mentira. No hay sentido en su comportamiento cuando se le plantean preguntas incómodas, no porque sea alguien con la capacidad de pensar críticamente, sino porque su instinto es atacar o engañar a los demás. Su presidencia del Gobierno lo convierte en un peligro para la democracia, porque su psicopatía adquiere una condición de mayor gravedad cuando se trata de responsabilidades que requieren sinceridad y transparencia.
El tono con el que se presenta siempre es uno de víctima, intentando deshumanizar a sus oponentes y hacerles parecer los malos. Es un juego sencillo, pero peligroso porque le permite evitar la responsabilidad. Sus respuestas son patológicas, no hay lugar para la sinceridad ni la transparencia en su comportamiento, lo que le permite vivir una vida de mentiras y engaños con una facilidad asombrosa.
Su comparecencia en el Senado fue un ejemplo más de cómo se utiliza la mentira como mecanismo de defensa. No aportó nada nuevo, pero sí confirmó lo que siempre sabemos sobre Sánchez: es un hombre cuya principal herramienta para sobrevivir es la mentira y el engaño. Y eso es un peligro real para nuestra democracia.
La verdad, sin rodeos, es que Sánchez es un hombre cuya defensa más efectiva es la mentira. No hay sentido en su comportamiento cuando se le plantean preguntas incómodas, no porque sea alguien con la capacidad de pensar críticamente, sino porque su instinto es atacar o engañar a los demás. Su presidencia del Gobierno lo convierte en un peligro para la democracia, porque su psicopatía adquiere una condición de mayor gravedad cuando se trata de responsabilidades que requieren sinceridad y transparencia.
El tono con el que se presenta siempre es uno de víctima, intentando deshumanizar a sus oponentes y hacerles parecer los malos. Es un juego sencillo, pero peligroso porque le permite evitar la responsabilidad. Sus respuestas son patológicas, no hay lugar para la sinceridad ni la transparencia en su comportamiento, lo que le permite vivir una vida de mentiras y engaños con una facilidad asombrosa.
Su comparecencia en el Senado fue un ejemplo más de cómo se utiliza la mentira como mecanismo de defensa. No aportó nada nuevo, pero sí confirmó lo que siempre sabemos sobre Sánchez: es un hombre cuya principal herramienta para sobrevivir es la mentira y el engaño. Y eso es un peligro real para nuestra democracia.