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En el bulevar de los sueños rotos, donde la vida y la música se entrelazan en un baile eterno, un hombre llamado Joaquín Sabina ha recorrido una larga distancia. Desde los barrios de Londres, donde servía copas y cantaba con una voz que resonaba entre las paredes del tugurio, hasta el panteón de la vida, donde se ha convertido en un lema de la alegría.
La oscuridad del pasado, cuando la dictadura había terminado y la esperanza parecía infinita, sentó las bases para una amistad que no conoció desmayo. Fue allí, en aquella era de libertad y posibilidad, donde se nutrieron los vínculos que lo llevarían a convertirse en un amigo de todo el mundo.
Pero la música no solo es un refugio, también puede ser un olvido. Es así como se nos vuelve a encontrar con Sabina, cantando en el Movistar Arena de Madrid, rodeado de gentíos que lo abrumaban con su calor, y que escuchaba con ojos llenos de ternura las palabras que él cantaba.
Sus canciones, un homenaje a la vida, se convirtieron en una autobiografía, donde el corazón y las persianas hablaban sin parar. "Que las persianas no rompan las horas", cantó Sabina, mientras recordaba al chico que había sido años atrás, con una voz que resonaba entre las paredes de un bar londrés.
Y en ese instante, el tiempo parecía detenerse. El bulevar de los sueños rotos se convirtió en un lugar donde la alegría se hacía de noche, y la gente se miraba sin miedo, como si el país hubiera dejado de cantar más allá de los espejos rotos.
La vida de Joaquín Sabina ha sido una serie de homenajes a lo que nos hace humanos: la música, las letras, la risa, y sobre todo, la amistad. Y en su despedida, sabemos que dejamos atrás un legado de alegría y pasión por la vida, para siempre.
La oscuridad del pasado, cuando la dictadura había terminado y la esperanza parecía infinita, sentó las bases para una amistad que no conoció desmayo. Fue allí, en aquella era de libertad y posibilidad, donde se nutrieron los vínculos que lo llevarían a convertirse en un amigo de todo el mundo.
Pero la música no solo es un refugio, también puede ser un olvido. Es así como se nos vuelve a encontrar con Sabina, cantando en el Movistar Arena de Madrid, rodeado de gentíos que lo abrumaban con su calor, y que escuchaba con ojos llenos de ternura las palabras que él cantaba.
Sus canciones, un homenaje a la vida, se convirtieron en una autobiografía, donde el corazón y las persianas hablaban sin parar. "Que las persianas no rompan las horas", cantó Sabina, mientras recordaba al chico que había sido años atrás, con una voz que resonaba entre las paredes de un bar londrés.
Y en ese instante, el tiempo parecía detenerse. El bulevar de los sueños rotos se convirtió en un lugar donde la alegría se hacía de noche, y la gente se miraba sin miedo, como si el país hubiera dejado de cantar más allá de los espejos rotos.
La vida de Joaquín Sabina ha sido una serie de homenajes a lo que nos hace humanos: la música, las letras, la risa, y sobre todo, la amistad. Y en su despedida, sabemos que dejamos atrás un legado de alegría y pasión por la vida, para siempre.