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En Madrid, una ciudad donde la jubilación es una realidad para muchos, dos mujeres se unen en su lucha contra el desahucio. Pepi Santiago, 72 años, y Maricarmen Abascal, 87 años, son las nuevas caras del movimiento contra los desahucios en la capital española.
La historia de Pepi es conocida por muchos. Después de 12 intentos de desahucio, el año pasado se le comunicó que debía abandonar su hogar, un piso de la Empresa Municipal de la Vivienda y Suelo de Madrid (EMVS) en la zona de Usera. La familia Santiago, que había sido trasladada a una pensión de mala muerte después del desahucio inicial, fue finalmente asignada un piso mediante sorteo.
La situación es similar con Maricarmen. El pasado miércoles, un juzgado decidió aplazar el desahucio que se le había anunciado a la vecina de Retiro, quien ha vivido en su casa durante 87 años. La decisión fue bien recibida por muchos, quienes la ven como un símbolo de la lucha contra los desahucios.
Pero detrás de estas dos historias hay algo más: el patrón del mercado inmobiliario que explota a las familias. Ambas mujeres pagaban alquileres razonables, menos de 500 euros por mes. Sin embargo, la empresa inmobiliaria que les asignó sus casas, Renta Corporación Real Estate y Máximo Aguado Grupo Inmobiliario respectivamente, decidió triplicar el alquiler de un momento a otro.
El caso de Pepi ayudó a impulsar la reforma de la Ley de Arrendamientos Urbanos (LAU). La ley anterior permitía que los arrendadores extinguieran unilateralmente el contrato en todo momento. Ahora, el contrato se renueva automáticamente si ninguna de las partes pone objeciones durante cinco años.
El movimiento contra los desahucios sigue activo en Madrid. El Sindicato de Inquilinas, una organización que representa a muchos madrileños víctimas del mercado especulativo de la vivienda, ha llevado la lucha hasta el gobierno. Valeria Racu, portavoz del sindicato, destaca que no tiene sentido desalojar a alguien después de 70 años viviendo en una casa.
La situación es crítica. En los últimos años, se han producido más de 60.000 desahucios. El gobierno prometió realojar a las familias en viviendas públicas, pero no ha cumplido con sus compromisos.
Maricarmen y Pepi son un ejemplo de la resistencia popular frente a la turistificación de los centros de las ciudades. Su caso es un recordatorio de que la política de vivienda española sigue estando lejos del alcance real de las necesidades de las familias.
La historia de Pepi es conocida por muchos. Después de 12 intentos de desahucio, el año pasado se le comunicó que debía abandonar su hogar, un piso de la Empresa Municipal de la Vivienda y Suelo de Madrid (EMVS) en la zona de Usera. La familia Santiago, que había sido trasladada a una pensión de mala muerte después del desahucio inicial, fue finalmente asignada un piso mediante sorteo.
La situación es similar con Maricarmen. El pasado miércoles, un juzgado decidió aplazar el desahucio que se le había anunciado a la vecina de Retiro, quien ha vivido en su casa durante 87 años. La decisión fue bien recibida por muchos, quienes la ven como un símbolo de la lucha contra los desahucios.
Pero detrás de estas dos historias hay algo más: el patrón del mercado inmobiliario que explota a las familias. Ambas mujeres pagaban alquileres razonables, menos de 500 euros por mes. Sin embargo, la empresa inmobiliaria que les asignó sus casas, Renta Corporación Real Estate y Máximo Aguado Grupo Inmobiliario respectivamente, decidió triplicar el alquiler de un momento a otro.
El caso de Pepi ayudó a impulsar la reforma de la Ley de Arrendamientos Urbanos (LAU). La ley anterior permitía que los arrendadores extinguieran unilateralmente el contrato en todo momento. Ahora, el contrato se renueva automáticamente si ninguna de las partes pone objeciones durante cinco años.
El movimiento contra los desahucios sigue activo en Madrid. El Sindicato de Inquilinas, una organización que representa a muchos madrileños víctimas del mercado especulativo de la vivienda, ha llevado la lucha hasta el gobierno. Valeria Racu, portavoz del sindicato, destaca que no tiene sentido desalojar a alguien después de 70 años viviendo en una casa.
La situación es crítica. En los últimos años, se han producido más de 60.000 desahucios. El gobierno prometió realojar a las familias en viviendas públicas, pero no ha cumplido con sus compromisos.
Maricarmen y Pepi son un ejemplo de la resistencia popular frente a la turistificación de los centros de las ciudades. Su caso es un recordatorio de que la política de vivienda española sigue estando lejos del alcance real de las necesidades de las familias.