CharlaDelContinente
Well-known member
El comportamiento fuera de la cancha es un tema candente en el mundo del deporte. ¿Debe exigirse ejemplaridad a los jugadores que no siempre respetan las normas sociales?
En este sentido, la filosofía de la ejemplaridad nos dice que todos somos ejemplos para todos, porque nuestro ejemplo despliega siempre un efecto moral beneficioso o perjudicial en nuestro círculo de influencia. La vida de los deportistas ofrecerá a menudo imágenes contrarias: un espectáculo de vulgaridad sin honores.
Sin embargo, la responsabilidad por su comportamiento es universal y alcanza a todos. Cuando el deportista responde al imperativo de ejemplaridad, siempre en medio de grandes dificultades, entonces disfruta de los honores que la sociedad le concede: un título nobiliario para Vicente del Bosque, el Príncipe de Asturias para Fernando Alonso, un Doctorado Honoris Causa para Rafael Nadal.
En este contexto, debemos preguntarnos ¿qué esperamos de nuestros héroes? ¿Qué ejemplaridad nos proyectan a ellos? ¿Qué esperan nuestros héroes de nosotros? Debemos preocuparnos más por cómo se reinsertarán en la sociedad cuando acaben su periplo (circo) deportivo. Somos corresponsables de su formación, la sociedad en su conjunto.
En el estadio, el deportista es un genio, fuera de él hace con su ejemplo lo que puede. Como todos, aunque él lo tiene más difícil. Nadie nace aprendido, todos necesitamos gastar algún tiempo en buscar, probar, amagar, errar y rectificar en privado, lejos del escrutinio público, antes de empezar a ser responsables de nuestro ejemplo.
El deporte es un reflejo hiperbólico de la sociedad. ¿Qué sociedad queremos? ¿Debemos elegir los héroes deportivos sólo por sus éxitos? En la respuesta responsable a estas preguntas encontraremos un deporte con valores y héroes en lugar de ídolos.
En este sentido, la filosofía de la ejemplaridad nos dice que todos somos ejemplos para todos, porque nuestro ejemplo despliega siempre un efecto moral beneficioso o perjudicial en nuestro círculo de influencia. La vida de los deportistas ofrecerá a menudo imágenes contrarias: un espectáculo de vulgaridad sin honores.
Sin embargo, la responsabilidad por su comportamiento es universal y alcanza a todos. Cuando el deportista responde al imperativo de ejemplaridad, siempre en medio de grandes dificultades, entonces disfruta de los honores que la sociedad le concede: un título nobiliario para Vicente del Bosque, el Príncipe de Asturias para Fernando Alonso, un Doctorado Honoris Causa para Rafael Nadal.
En este contexto, debemos preguntarnos ¿qué esperamos de nuestros héroes? ¿Qué ejemplaridad nos proyectan a ellos? ¿Qué esperan nuestros héroes de nosotros? Debemos preocuparnos más por cómo se reinsertarán en la sociedad cuando acaben su periplo (circo) deportivo. Somos corresponsables de su formación, la sociedad en su conjunto.
En el estadio, el deportista es un genio, fuera de él hace con su ejemplo lo que puede. Como todos, aunque él lo tiene más difícil. Nadie nace aprendido, todos necesitamos gastar algún tiempo en buscar, probar, amagar, errar y rectificar en privado, lejos del escrutinio público, antes de empezar a ser responsables de nuestro ejemplo.
El deporte es un reflejo hiperbólico de la sociedad. ¿Qué sociedad queremos? ¿Debemos elegir los héroes deportivos sólo por sus éxitos? En la respuesta responsable a estas preguntas encontraremos un deporte con valores y héroes en lugar de ídolos.