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El paisaje español, una verdadera riqueza, se encuentra bajo el escrutinio de quienes buscan criticarlo. Una imagen que muestra una plantación de manzanos bajo mallas antigranizo en La Rasa (Soria) es objeto de reflexión sobre la defensa de las energías renovables y su impacto visual en el paisaje. ¿Se trata de una agresión intolerable, o simplemente una necesidad asumible por el beneficio que aporta?
La agricultura y las energías renovables comparten tres características: ambas son necesarias, necesitan terreno y tienen impactos ambientales. Esta verdad se refleja en la transformación de la forma en que abordamos la producción de energía. Los años 90 fueron clave para despertar mi vocación ecologista, cuando el horizonte energético era tan negro como el carbón que lideraba año tras año la generación eléctrica.
Las energías eólica y solar eran promesas demasiado bonitas para ser verdad. Sin embargo, el tiempo nos dio la razón. Hoy, la eólica genera más electricidad que cualquier otra fuente y las renovables en conjunto cubren más de la mitad de la demanda.
Sin embargo, hay una parte del ecologismo que invalida casi cualquier desarrollo renovable. A menudo adoptan posiciones maximalistas, rechazando propuestas por no ofrecer una solución inmediata y perfecta. O recurren a falsedades como que podemos abastecernos de electricidad solo con paneles solares en tejados o que las instalaciones sobre el terreno contaminan con metales y provocan temperaturas infernales.
Otro problema es la "ley del embudo", donde se invalida cualquier inconveniente de las renovables, pero se omiten los graves efectos de su alternativa, los combustibles fósiles. Este pequeño sector del ecologismo se ha esforzado en llegar al medio rural, que dice querer "salvar" de macroproyectos. Me sorprendió estar en completo desacuerdo con su manifiesto, que presenta la transición energética como un ataque al mundo rural, sin valorar el autoconsumo o las comunidades energéticas.
La crítica a las renovables también se basa en acusaciones sin matices y omisiones. Se critica que un territorio genere más electricidad de la que consume, llegando a denominarlo "colonialismo energético". Sin embargo, las exportaciones de aceite, vino o coches son bienvenidas y no colonialistas.
En el ámbito político, estos argumentos cautivan a una pequeña parte de la izquierda. Pero quienes realmente sacan beneficio de las críticas a la transición ecológica son la derecha y la extrema derecha, que abanderan el mismo discurso desde otros flancos.
En mi ámbito, lo verdaderamente reseñable del momento actual no es lo que ya hemos conseguido, sino las herramientas para multiplicar esos logros: tecnologías renovables baratas y eficientes. Estas tecnologías han dejado de ser la utopía de unos pocos y se han convertido en una esperanza climática, económica y de desarrollo.
La agricultura y las energías renovables comparten tres características: ambas son necesarias, necesitan terreno y tienen impactos ambientales. Esta verdad se refleja en la transformación de la forma en que abordamos la producción de energía. Los años 90 fueron clave para despertar mi vocación ecologista, cuando el horizonte energético era tan negro como el carbón que lideraba año tras año la generación eléctrica.
Las energías eólica y solar eran promesas demasiado bonitas para ser verdad. Sin embargo, el tiempo nos dio la razón. Hoy, la eólica genera más electricidad que cualquier otra fuente y las renovables en conjunto cubren más de la mitad de la demanda.
Sin embargo, hay una parte del ecologismo que invalida casi cualquier desarrollo renovable. A menudo adoptan posiciones maximalistas, rechazando propuestas por no ofrecer una solución inmediata y perfecta. O recurren a falsedades como que podemos abastecernos de electricidad solo con paneles solares en tejados o que las instalaciones sobre el terreno contaminan con metales y provocan temperaturas infernales.
Otro problema es la "ley del embudo", donde se invalida cualquier inconveniente de las renovables, pero se omiten los graves efectos de su alternativa, los combustibles fósiles. Este pequeño sector del ecologismo se ha esforzado en llegar al medio rural, que dice querer "salvar" de macroproyectos. Me sorprendió estar en completo desacuerdo con su manifiesto, que presenta la transición energética como un ataque al mundo rural, sin valorar el autoconsumo o las comunidades energéticas.
La crítica a las renovables también se basa en acusaciones sin matices y omisiones. Se critica que un territorio genere más electricidad de la que consume, llegando a denominarlo "colonialismo energético". Sin embargo, las exportaciones de aceite, vino o coches son bienvenidas y no colonialistas.
En el ámbito político, estos argumentos cautivan a una pequeña parte de la izquierda. Pero quienes realmente sacan beneficio de las críticas a la transición ecológica son la derecha y la extrema derecha, que abanderan el mismo discurso desde otros flancos.
En mi ámbito, lo verdaderamente reseñable del momento actual no es lo que ya hemos conseguido, sino las herramientas para multiplicar esos logros: tecnologías renovables baratas y eficientes. Estas tecnologías han dejado de ser la utopía de unos pocos y se han convertido en una esperanza climática, económica y de desarrollo.