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"El caos que surge de la nube"
La dependencia de nuestro mundo moderno de las empresas tecnológicas es un hecho inconfundible. La nube, una de las infraestructuras más críticas del planeta, controlada por Amazon Web Services (AWS), Microsoft Azure y Google Cloud, nos ha demostrado recientemente su fragilidad.
Un simple fallo técnico en una de estas plataformas puede tener consecuencias devastadoras. Los servicios que utilizamos diariamente, como bancos, sistemas de pago, aerolíneas, plataformas de comercio electrónico y de criptomonedas, se ven afectados. La vida moderna pende de un hilo que cuelga de los servidores de estas empresas.
La concentración del mercado mundial de la nube en el poder de estos tres gigantes tecnológicos crea una vulnerabilidad sistémica. Cada vez que una de estas plataformas sufre un fallo técnico o humano, el mundo entero sufre las consecuencias.
Estamos vendidos a las "big tech", y esta dependencia aumenta cuantas más cosas conectamos, como la inteligencia artificial, internet de las cosas, vehículos autónomos y cadenas de suministro inteligentes. Más complejidad y más puntos de fallo.
Un frigorífico inteligente o una cámara de seguridad conectada pueden parecer inofensivos, pero forman parte del mismo ecosistema que sostiene la banca, la sanidad o el transporte. En este entorno, un error menor puede propagarse con una rapidez y un alcance inéditos.
La rendición de cuentas no puede quedarse ahí. Hay medidas que se pueden tomar frente a la asimetría existente, como la directiva europea NIS2, que obliga a los proveedores de servicios en la nube a identificar los servicios críticos, garantizar su continuidad y aplicar medidas para mitigar riesgos y amenazas.
Sin embargo, las sanciones por incumplimiento siguen siendo leves. La directiva no considera a las empresas tecnológicas como "entidades esenciales", sino como "entidades importantes". Esto significa que la multa máxima por incumplimiento sería de siete millones de euros o un 1,4% del volumen de negocio global.
Este desequilibrio crea una situación en la que las empresas tecnológicas pueden eludir la supervisión directa de los países donde se ubican sus sedes principales. Esto es especialmente problemático cuando se trata de proveedores como AWS, cuyo fallo puede afectar a millones de personas.
La conclusión es clara: nuestro mundo moderno depende demasiado de las empresas tecnológicas y de la conectividad. Cada vez que una de ellas cae, el daño es global, pero la responsabilidad jurídica es difusa. Es hora de replantearnos nuestra dependencia y exigir sanciones más severas por fallos críticos.
La dependencia de nuestro mundo moderno de las empresas tecnológicas es un hecho inconfundible. La nube, una de las infraestructuras más críticas del planeta, controlada por Amazon Web Services (AWS), Microsoft Azure y Google Cloud, nos ha demostrado recientemente su fragilidad.
Un simple fallo técnico en una de estas plataformas puede tener consecuencias devastadoras. Los servicios que utilizamos diariamente, como bancos, sistemas de pago, aerolíneas, plataformas de comercio electrónico y de criptomonedas, se ven afectados. La vida moderna pende de un hilo que cuelga de los servidores de estas empresas.
La concentración del mercado mundial de la nube en el poder de estos tres gigantes tecnológicos crea una vulnerabilidad sistémica. Cada vez que una de estas plataformas sufre un fallo técnico o humano, el mundo entero sufre las consecuencias.
Estamos vendidos a las "big tech", y esta dependencia aumenta cuantas más cosas conectamos, como la inteligencia artificial, internet de las cosas, vehículos autónomos y cadenas de suministro inteligentes. Más complejidad y más puntos de fallo.
Un frigorífico inteligente o una cámara de seguridad conectada pueden parecer inofensivos, pero forman parte del mismo ecosistema que sostiene la banca, la sanidad o el transporte. En este entorno, un error menor puede propagarse con una rapidez y un alcance inéditos.
La rendición de cuentas no puede quedarse ahí. Hay medidas que se pueden tomar frente a la asimetría existente, como la directiva europea NIS2, que obliga a los proveedores de servicios en la nube a identificar los servicios críticos, garantizar su continuidad y aplicar medidas para mitigar riesgos y amenazas.
Sin embargo, las sanciones por incumplimiento siguen siendo leves. La directiva no considera a las empresas tecnológicas como "entidades esenciales", sino como "entidades importantes". Esto significa que la multa máxima por incumplimiento sería de siete millones de euros o un 1,4% del volumen de negocio global.
Este desequilibrio crea una situación en la que las empresas tecnológicas pueden eludir la supervisión directa de los países donde se ubican sus sedes principales. Esto es especialmente problemático cuando se trata de proveedores como AWS, cuyo fallo puede afectar a millones de personas.
La conclusión es clara: nuestro mundo moderno depende demasiado de las empresas tecnológicas y de la conectividad. Cada vez que una de ellas cae, el daño es global, pero la responsabilidad jurídica es difusa. Es hora de replantearnos nuestra dependencia y exigir sanciones más severas por fallos críticos.