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Albert Speer, el "buen nazi" que fue el primer rey de las "noticias falsas".
El arquitecto y ex ministro de Armamento y Guerra de Hitler, Albert Speer, es conocido por su estética del poder, pero lo que realmente fascina a Jean-Noël Orengo es cómo tras la guerra transformó su historia en una obra de autoficción radical. Orengo descubre que lo que le interesa no es tanto el Speer que construyó monumentos para el Tercer Reich sino "cómo, después de la guerra, se convirtió en la figura más atractiva del régimen".
En su novela, Orengo utiliza los medios de la ficción para desmontar la imagen de Speer como un hombre inocente y convertirla en una figura simbólica: quien con su puesta en escena de Núremberg "codificó la imagen del nazismo en nuestro inconsciente colectivo". Sin su escenografía, dice el autor, "el nazismo no habría tenido la misma fuerza".
La novela explora cómo Speer supo construir su mejor defensa. En los Juicios de Núremberg, el arquitecto fue "mejor percibido porque era guapo, de buena planta, tenía talento y era un hombre cultivado". No era como otros, que parecían unos locos o estaban provocando.
Speer logró que su pena fuera de 20 años de prisión en lugar de la condena a muerte que recibieron otros jerarcas nazis. Orengo señala que esa estrategia permitió que los alemanes se reconocieran en él: "Podían decir: 'yo no trabajé en Auschwitz, pero soy responsable a título colectivo' porque participó en un régimen que cometió eso".
El autor francés sostiene que la capacidad de Speer para modelar una verdad conveniente conecta con fenómenos actuales como la posverdad, las narrativas virales y la fragmentación de los relatos colectivos. Hoy, según Orengo, estamos "huérfanos de relatos religiosos" y la ficción política se ha reforzado.
El libro nos lleva a preguntarnos: ¿por qué preferimos la ficción a una realidad que es un poco triste, gris y limitada? Según Orengo, Speer es "el prototipo de las noticias falsas". Los paralelismos con la actualidad aparecen sin buscarlos. "Ya no hay misa política ni uniformes, pero hay influencers".
El autor valora que la situación es especialmente preocupante para las nuevas generaciones que empiezan su educación. Vemos la diferencia con las generaciones antiguas, donde todavía había una base relativamente común. Ahora ese consenso se ha hecho prácticamente imposible.
En este contexto, Orengo nos dice que "la realidad supera a la ficción". En lugar de dejar que el arte esté sin ética, el autor propone que el territorio del arte sea asocial pero no libre de consecuencias. Quién tiene derecho a contar una historia? ¿Quién tiene derecho a controlar su verdad?
La figura de Speer es una advertencia: el artista que escribe sobre sí mismo puede mentir mejor que nadie. "Speer tenía derecho a escribir sobre sí mismo, pero si nadie lo contradice, su versión es la única que se transmite". El libro concluye con un eco contemporáneo: la política es el arte de la mentira. Su verdad no es unir a las personas, sino desunirlas.
Decir que vamos a unirnos es una ficción necesaria. "Pero seguimos creyéndola, porque sin esa ficción no habría ni elecciones".
El arquitecto y ex ministro de Armamento y Guerra de Hitler, Albert Speer, es conocido por su estética del poder, pero lo que realmente fascina a Jean-Noël Orengo es cómo tras la guerra transformó su historia en una obra de autoficción radical. Orengo descubre que lo que le interesa no es tanto el Speer que construyó monumentos para el Tercer Reich sino "cómo, después de la guerra, se convirtió en la figura más atractiva del régimen".
En su novela, Orengo utiliza los medios de la ficción para desmontar la imagen de Speer como un hombre inocente y convertirla en una figura simbólica: quien con su puesta en escena de Núremberg "codificó la imagen del nazismo en nuestro inconsciente colectivo". Sin su escenografía, dice el autor, "el nazismo no habría tenido la misma fuerza".
La novela explora cómo Speer supo construir su mejor defensa. En los Juicios de Núremberg, el arquitecto fue "mejor percibido porque era guapo, de buena planta, tenía talento y era un hombre cultivado". No era como otros, que parecían unos locos o estaban provocando.
Speer logró que su pena fuera de 20 años de prisión en lugar de la condena a muerte que recibieron otros jerarcas nazis. Orengo señala que esa estrategia permitió que los alemanes se reconocieran en él: "Podían decir: 'yo no trabajé en Auschwitz, pero soy responsable a título colectivo' porque participó en un régimen que cometió eso".
El autor francés sostiene que la capacidad de Speer para modelar una verdad conveniente conecta con fenómenos actuales como la posverdad, las narrativas virales y la fragmentación de los relatos colectivos. Hoy, según Orengo, estamos "huérfanos de relatos religiosos" y la ficción política se ha reforzado.
El libro nos lleva a preguntarnos: ¿por qué preferimos la ficción a una realidad que es un poco triste, gris y limitada? Según Orengo, Speer es "el prototipo de las noticias falsas". Los paralelismos con la actualidad aparecen sin buscarlos. "Ya no hay misa política ni uniformes, pero hay influencers".
El autor valora que la situación es especialmente preocupante para las nuevas generaciones que empiezan su educación. Vemos la diferencia con las generaciones antiguas, donde todavía había una base relativamente común. Ahora ese consenso se ha hecho prácticamente imposible.
En este contexto, Orengo nos dice que "la realidad supera a la ficción". En lugar de dejar que el arte esté sin ética, el autor propone que el territorio del arte sea asocial pero no libre de consecuencias. Quién tiene derecho a contar una historia? ¿Quién tiene derecho a controlar su verdad?
La figura de Speer es una advertencia: el artista que escribe sobre sí mismo puede mentir mejor que nadie. "Speer tenía derecho a escribir sobre sí mismo, pero si nadie lo contradice, su versión es la única que se transmite". El libro concluye con un eco contemporáneo: la política es el arte de la mentira. Su verdad no es unir a las personas, sino desunirlas.
Decir que vamos a unirnos es una ficción necesaria. "Pero seguimos creyéndola, porque sin esa ficción no habría ni elecciones".