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Una mujer entre hierros. Cuatro décadas después del primer golpe del martillo en la puerta de un taller de herrería, Águeda García sigue trabajando con precisión milimétrica. Su historia es el ejemplo vivo de cómo la necesidad puede convertirse en pasión y de cómo las mujeres pueden superar los obstáculos para lograr sus objetivos.
"Yo no soy una herrera por vocación", admitirá Águeda con sinceridad. "Lo que me ha llevado a hacer esto es la vida". Su marido, también autor del taller, le pidió ayuda en 2004 y ella aceptó sin dudarlo. A pesar de tener poco conocimiento del oficio al principio, Águeda se abrió paso con constancia y muchos horas de práctica.
Los primeros años no fueron fáciles. La clientela era escasa y el trabajo a menudo no compensaba los esfuerzos. Sin embargo, Águeda y su marido trabajaron duro y crecieron en la confianza. "Todo lo que hemos conseguido ha sido gracias al boca a boca", subraya Águeda. Hoy su taller exporta piezas a otros países y ofrece desde puertas blindadas hasta barandillas decorativas.
Pero el camino no estuvo exento de obstáculos. La falta de reconocimiento por ser mujer en un oficio tradicional ha sido algo que Águeda ha tenido que superar. "A mí me ha dado nunca miedo empezar un trabajo mientras que lo pudiera hacer", dice con orgullo. Su primera pieza solo la hizo ella, a una cabina de DJ, después de años de práctica.
La tecnología también ha cambiado mucho el oficio desde cuando Águeda empezó. Ahora cuentan con grúas y sierras para facilitar el trabajo. Pero según Águeda, "esto es arte". El éxito llegó hace unos años, cuando su hijo amenazó con dejar los estudios y ella lo convenció de que intentara algo diferente.
La lección de Águeda es que la formación práctica es clave para cualquier oficio. "Por mucho que estudies, si no aprendes con las manos, no sabes hacerlo", destaca. Y en el caso de Águeda, lo ha demostrado a gran escala.
El trabajo de herrería también presenta algunos desafíos. Vivir de ella no es fácil y los precios pueden variar mucho entre pueblos y ciudades. Sin embargo, Águeda se adapta con su habitual determinación. "En el taller, lo que importa es la calidad. Si no se saca de un lado, se saca de otro".
"Yo no soy una herrera por vocación", admitirá Águeda con sinceridad. "Lo que me ha llevado a hacer esto es la vida". Su marido, también autor del taller, le pidió ayuda en 2004 y ella aceptó sin dudarlo. A pesar de tener poco conocimiento del oficio al principio, Águeda se abrió paso con constancia y muchos horas de práctica.
Los primeros años no fueron fáciles. La clientela era escasa y el trabajo a menudo no compensaba los esfuerzos. Sin embargo, Águeda y su marido trabajaron duro y crecieron en la confianza. "Todo lo que hemos conseguido ha sido gracias al boca a boca", subraya Águeda. Hoy su taller exporta piezas a otros países y ofrece desde puertas blindadas hasta barandillas decorativas.
Pero el camino no estuvo exento de obstáculos. La falta de reconocimiento por ser mujer en un oficio tradicional ha sido algo que Águeda ha tenido que superar. "A mí me ha dado nunca miedo empezar un trabajo mientras que lo pudiera hacer", dice con orgullo. Su primera pieza solo la hizo ella, a una cabina de DJ, después de años de práctica.
La tecnología también ha cambiado mucho el oficio desde cuando Águeda empezó. Ahora cuentan con grúas y sierras para facilitar el trabajo. Pero según Águeda, "esto es arte". El éxito llegó hace unos años, cuando su hijo amenazó con dejar los estudios y ella lo convenció de que intentara algo diferente.
La lección de Águeda es que la formación práctica es clave para cualquier oficio. "Por mucho que estudies, si no aprendes con las manos, no sabes hacerlo", destaca. Y en el caso de Águeda, lo ha demostrado a gran escala.
El trabajo de herrería también presenta algunos desafíos. Vivir de ella no es fácil y los precios pueden variar mucho entre pueblos y ciudades. Sin embargo, Águeda se adapta con su habitual determinación. "En el taller, lo que importa es la calidad. Si no se saca de un lado, se saca de otro".